Miércoles 21 de Septiembre de 2022 | Matutina para Adultos | El pecado más ofensivo

El pecado más ofensivo

“Los ojos altivos, el corazón orgulloso y el pensamiento de los malvados, todo es pecado” (Proverbios 21:4).

Adivina, adivinador: ¿Cuál es ese defecto de carácter que cuanto más lo tenemos, más nos disgusta verlo en los demás; y que, cuando se presenta en nosotros mismos, somos los últimos en darnos cuenta?

La respuesta es el orgullo. ¿Qué hay de malo en el orgullo? En opinión de C. S. Lewis, el orgullo es tan malo que, en su presencia, la ira, la avaricia y la embriaguez aparecen como “picaduras de mosquito” (Cristianismo… ¡y nada más!, p. 122).

Al menos dos razones, entre muchas, explican el porqué. Una de ellas la señala el mismo Lewis cuando afirma que, en última instancia, el orgullo es competencia. El orgulloso –escribe Lewis– no solo se complace en tener algo, sino en tenerlo en mayor medida que otros. Así, por ejemplo, el orgullo del millonario no es solo tener dinero, sino tener más que otros. Lo que esto significa es que no habría millonarios orgullosos si todos fuéramos igual de millonarios.

El otro problema con el orgullo lo señala B. Russell Holt cuando escribe que el orgullo “anestesia” las percepciones espirituales de un modo que impide a la persona orgullosa darse cuenta de su condición (El fin del peregrinaje, p. 87). Este hecho explica por qué el orgulloso es rápido en detectar las faltas ajenas, pero es totalmente ciego a las suyas. Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en la rebelión de Coré en contra del liderazgo de Moisés. ¿Por qué se rebeló Coré, siendo que era un descendiente de Leví, con funciones importantes en el cuidado del Santuario? ¿No había estado él en el grupo que acompañó a Moisés en su ascensión al monte donde presenció la gloria de Dios? ¿Qué pasó entonces? Coré aspiraba al sacerdocio.

En otras palabras, Coré quería más. Ya tenía influencia, pero quería más. Ya tenía privilegios, pero quería más. Por cierto, ¿no fue este el mismo pecado que causó la caída de Lucifer? Con razón el orgullo es, de todos los pecados, “el más desesperante, el más incurable” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 119).

En el extremo opuesto del orgullo se encuentra la humildad, ilustrada en su máxima expresión en Aquel que “siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse”, sino que “se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo” (Fil. 2:6, 7, NVI), para finalmente morir por ti y por mí en una cruz.

Padre amado, que mi mayor motivo de gloria sea Cristo y este crucificado. Y cuando el orgullo quiera echar raíces en mi corazón, recuérdame cuánto costó mi salvación.

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