Un Dios de hechos
“No se engañen, nadie puede burlarse de Dios” (Gálatas 6:7).
¿Puedes pensar en desgracia espiritual más grande que la de una persona que predica una cosa y vive otra; que clama por justicia, pero es injusta; que habla de Dios cada día, e incluso busca a Dios cada mañana (lee Isa. 58:2), pero vive lejos de él y es incapaz de mostrar amor a los demás?
La Biblia habla de personas que en algún momento fueron implacables criticando al prójimo, y que incluso criticaron la forma en que Dios actúa, mientras ellos mismos practicaban lo que les causaba esa irritación. Por ejemplo, Simón el fariseo: habiendo sido perdonado por Jesús, tuvo una pésima actitud durante una fiesta hacia María Magdalena, otra pecadora perdonada, solo porque ungió los pies del Maestro. Otro ejemplo es David: cuando Natán le presentó su propio pecado, el rey David hizo ver claramente hasta dónde puede llegar el ser humano en su autoengaño: pretendiendo estar con Dios, tomaba decisiones contra otras personas sin pensar que estaba con ello violando la ley de Dios.
Leer estos relatos en la Biblia es importante, porque nos ayudan a darnos cuenta de que el corazón humano es engañoso y perverso (lee Jer. 17:9). Esto significa que tenemos una increíble capacidad de simulación e hipocresía, que nos puede llevar a creer que podemos burlarnos de Dios. Por eso no debemos olvidar el texto de Gálatas 6:7: “No se engañen, nadie puede burlarse de Dios”. Dios puede, en medio de un montón de actividades religiosas, detectar actitudes vacías, superficiales e hipócritas.
En Isaías 58:1 y 2, Dios pidió al profeta que dijera a su pueblo que estaban equivocados si pensaban que se trata de estar todos los días metidos en el templo hablando de él. Eso no significa nada a menos que produzca transformación del carácter. La prueba de que un reavivamiento espiritual es verdadero se ve en la reforma que produce; de lo contrario, es mera actividad sin resultados, es mero movimiento sin avance. A nuestro Dios no le impresionan nuestras actividades; lo que él quiere es que esas actividades nos lleven a conectarnos con él, para permitirle producir cambios positivos en nuestras vidas.
La presentación del mensaje a la iglesia debe incluir una orientación acerca de qué vamos a hacer con el pecado que hay en nuestra vida y qué espera Dios ver en nosotros. Si nuestro mensaje solo enfatiza que mejoremos nuestros ejercicios religiosos, corremos el riesgo de pasar por la misma experiencia de Israel. ¡Que Dios nos ayude!