“El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad”
“El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26).
A unos dos mil creyentes se les hizo una encuesta, en la que se les preguntó cuáles eran sus peticiones al orar. Las respuestas se agruparon en dos categorías: peticiones terrenales y peticiones espirituales. La mayor parte del contenido de las plegarias estaba relacionada con la familia, la salud, la seguridad financiera y las preocupaciones generales de la vida. Por supuesto, muchas personas oraron también por su relación con Dios, por el perdón de sus pecados y la adoración a su Creador. Sin embargo, fue evidente que los asuntos mundanos resultan más relevantes que los espirituales para la mayoría de las personas.¹⁶²
El apóstol Santiago, con todo el pragmatismo que lo caracteriza, se refiere al egoísmo de nuestras oraciones al decir: “Ustedes quieren algo, y no lo obtienen; matan, sienten envidia de alguna cosa, y como no la pueden conseguir, luchan y se hacen la guerra. No consiguen lo que quieren porque no se lo piden a Dios; y si se lo piden, no lo reciben porque lo piden mal, pues lo quieren para gastarlo en sus placeres” (Sant. 4:2, 3, DHH). Estas palabras me asustan. Describen a una persona que ora, pero que tiene intenciones asesinas, que es envidiosa, que es codiciosa, que se para frente a Dios y expresa sin tapujos lo que desea. Me he preguntado varias veces: ¿Soy de esos que oran así? ¿Soy uno de los que “piden mal”, de los que solo procuran satisfacer las apetencias insaciables de una naturaleza caída?
Sí, soy uno de esos. Entonces ¿qué hago? ¿Dejo de orar? No. La solución no es dejar de orar, sino pedirle a Dios que mis peticiones sean transformadas por el Espíritu. Mira cómo lo presenta Pablo: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:26). El Espíritu Santo toma mi oración y la transforma, porque él sabe que mi petición refleja mi naturaleza caída: débil e imperfecta. El Consolador toma mi oración, intercede por mí y la transforma. Y el Padre me dará lo que el Espíritu pidió para mí.
Cuando el Espíritu guía nuestras oraciones, eso se refleja en las encuestas y en todo.
162 Christian Smith, Religion: What It Is, How It Works, and Why It Matters (Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press, 2017), p. 192.
El audio dice 1 de septiembre