
¿Juegos de niños?
«Pero ¿con qué compararé a esta generación? Se parece a los niños que se sientan en las plazas y les gritan a sus compañeros: “Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y ustedes no lloraron”» (Mateo 11: 16-17, RVC).
Jesús amaba a los niños. A menudo se paraba a observarlos en la calle, entregados a sus juegos. Le llamaba la atención su interés por imitar a los mayores, jugando a los oficios, a soldados, a reyes y princesas, a papás y mamás. Disfrutaba viéndolos jugar y, sobre todo, jugando con ellos.
La escena evocada en su parábola recuerda el atardecer de un día caluroso. Los chiquillos cansados se sientan a la sombra sobre el fresco suelo de piedras. Un grupo quisiera jugar más: «¿Jugamos a las bodas?», preguntan. E inician una animada ronda imitando las flautas del cortejo nupcial. Los otros deben danzar al son de la música, mientras esta dure, como marca el juego.
Pero los otros niños no se mueven. Bueno, si no les apetece jugar a las bodas, juguemos a los entierros. Y los chiquillos juguetones empiezan a entonar una conocida melopea fúnebre, esperando que el otro grupo se ponga a imitar el ritmo sincopado de las plañideras, llorando y dándose golpes en el pecho. Pero los otros tampoco tienen ganas de jugar a eso, y todos terminan hastiados y descontentos. Unos porque todas las propuestas les aburren y otros porque los demás no quieren entrar en su juego.
El Maestro se inspira en esta escena infantil para intentar transmitir una importante lección espiritual a los fariseos y doctores de la ley que «rechazaron el propósito de Dios para ellos» (Luc. 7: 30, RVA15).
Esta generación privilegiada, testigo del cumplimiento de las promesas mesiánicas, no solo se resiste a las invitaciones del precursor sino hasta a las del mismo Mesías. Desoyen los reproches de Juan y no quieren prestar oído al gozoso mensaje de Jesús. Ambos les parecen criticables: Juan era demasiado severo y Jesús demasiado tolerante.
El juego del evangelio al que Jesús nos invita con esta parábola es a la vez fiesta y entierro. Tiene aspectos alegres (amor y perdón) y otros más serios (arrepentimiento y disciplina). La sabiduría está en saber reaccionar positivamente ante ambos: en saber disfrutar las bendiciones divinas y en saber enterrar cada día lo que convenga.
Afortunadamente, entre los oyentes del Maestro había quienes no encontraron demasiado severo a Juan ni a Jesús demasiado frívolo, y reconocieron que necesitaban la bronca del Bautista y el abrazo de Jesús.
Señor, ayúdame a estar siempre dispuesto a llorar por mis faltas y a alegrarme sabiéndome invitado a tu festín de bodas.