Un símbolo radical
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Los primeros misioneros que fueron a China se enfrentaron con un obstáculo enorme. Tuvieron que aprender el sistema de escritura de allí. Como occidentales acostumbrados a escribir con alfabetos europeos de aproximadamente 26 letras, se desalentaron al ver que la escritura china usaba un sistema basado en 214 símbolos llamados “radicales”.
Las cosas empeoraron cuando descubrieron que esos 214 radicales, ya de por sí una pesadilla, se combinaban para formar ¡entre 30.000 y 50.000 ideogramas!
Eso alcanzaba para desanimar al santo más paciente. Sin embargo un día, uno de los misioneros dejó de quejarse. Estaba estudiando un ideograma chino en particular: el que significa “justo”. Notó que contenía una parte superior y una inferior. La parte superior era el símbolo chino para “cordero”. En la parte inferior había un segundo símbolo: el pronombre personal “yo”. De repente, se dio cuenta de que en el ideograma había, en su codificación, un mensaje escondido que era tremendamente maravilloso: ¡Yo, bajo el cordero, soy justo!
No era nada más y nada menos que el corazón de ese evangelio que había cruzado el océano para predicar. Los chinos quedaron asombradísimos cuando él les señaló este mensaje oculto. Nunca lo habían notado, pero una vez que se los mostró, lo vieron con claridad. Cuando él les preguntó: “¿Bajo qué cordero debemos estar para ser justos?”, ellos no supieron qué responderle. Con gran deleite, les contó acerca del “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apoc. 13:8).
Como vemos en esta historia, no hay barreras para que ese mensaje llegue. Cerca o lejos, hay personas que aún no han conocido el hermoso regalo de la salvación.
“Como uno de nosotros, debía llevar la carga de nuestra culpabilidad y desgracia. El Ser sin pecado debía sentir la vergüenza del pecado. El amante de la paz debía habitar con la disensión, la verdad debía morar con la mentira, la pureza con la vileza. [...] Sobre el que había depuesto su gloria y aceptado la debilidad de la humanidad debía descansar la redención del mundo” (El Deseado de todas las gentes, p. 86).
Hoy podemos buscar una forma creativa de enseñarles a otros acerca de ese Cordero que nos rescató y que aún quita el pecado del mundo.