Una radio, una pila
“Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en momentos de angustia; lo libraré y lo llenaré de honores” (Sal. 91:15, NVI).
Una radio, una pila. Esas fueron cuatro de las palabras que les escuché decir a los excombatientes que vinieron a mi pueblo para rememorar la fecha del comienzo de una guerra que tantas vidas jóvenes se había cobrado.
Aquellos veteranos, con el corazón en la mano, narraron las experiencias que los acompañaban en sueños todas las noches. En un cuadernito anotaba incansablemente todo lo que decían; contaban una historia que yo conocía muy poco.
Les veía la mirada perdida y las manos callosas, pero en su cálido saludo encontré a mi prójimo, y al escucharlos aprendí una historia de esperanza.
Cuando estaban en las trincheras, lejos de sus casas, en noches gélidas para las que no estaban preparados, intentaban pensar en su hogar y anhelaban recibir noticias. La transmisión radial no era tan sencilla en esas latitudes, pero de alguna forma la señal de una radio extranjera los mantenía un poco conectados con la realidad.
Una vez leí la historia de un hombre moribundo que conversaba con un religioso que iba a visitarlo. Aquel le recomendó que pusiera una silla al lado de su cama, y que imaginara que Jesús estaba sentado allí, haciéndole compañía en su convalecencia. El enfermo aceptó la sugerencia, mandó traer una silla y desde afuera su hija lo escuchaba varias veces al día tener diálogos que, a los oídos ajenos, sonaban como un monólogo incomprensible.
Un día, al entrar a la habitación, lo encontraron ya muerto, pero con su mano extendida hacia la silla. Ese hombre, así como los soldados, se había aferrado a la esperanza que representaba un objeto.
Si bien no creemos en el uso de amuletos o talismanes, hoy podemos pensar en la oración como una pila inagotable.
Para conectarnos con la esperanza indispensable no hacen falta ni pilas, ni sillas, ni muñequitos de la suerte. Aferrémonos a nuestro amigo Jesús. Alcanza con doblar las rodillas, o simplemente bajar los párpados, para encontrar esa conexión vital. Ojalá su voz te resulte tan preciosa y familiar como aquella transmisión radial.