«Ustedes mismos son la única carta de recomendación que necesitamos: una carta escrita en nuestro corazón, la cual todos conocen y pueden leer» (2 Cor. 3:2)
En 2005, necesitaba algunos libros para mis estudios y al no encontrarlos en el país, decidí probar una plataforma «nueva»: Amazon. Desde entonces, mis compras en este sitio se volvieron cada vez más frecuentes. Actualmente, gracias al servicio Prime que entrega los paquetes en uno o dos días, la mayoría de mis adquisiciones las realizo a través de Amazon.
Amazon me presenta demasiadas opciones del mismo producto y se hace difícil decidir, pero con el tiempo aprendí que la mejor opción consiste en leer las reseñas de otros compradores para así tener una mejor idea de qué estoy comprando y evitar las falsas descripciones que a veces los vendedores colocan.
Aunque la vida espiritual no es un producto que podemos adquirir por Internet, las palabras de Pablo a los corintios en el versículo de hoy señalan que nuestra experiencia espiritual constituye una «reseña» que otros pueden leer sobre lo que el poder de Dios puede hacer en la vida de una persona.
Cuando Pablo llegó a Corinto no había creyentes en aquel lugar, y a través de su buen ejemplo y paciencia (2 Cor. 6:3), pureza de vida, conocimiento y tolerancia (vers. 6) y franqueza (vers. 11) se había desarrollado en la ciudad una pujante iglesia que contaba con exprostitutas, exidólatras, exadúlteros, exafeminados, exhomosexuales, exladrones, exavaros, exborrachos y exmaldicientes que habían sido lavados y santificados «en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor. 6:9-11). Ahora, las vidas de esos pecadores regenerados, constituía la carta de presentación de Pablo, una carta que él llevaba escrita en el corazón.
¿Qué dice tu vida sobre el Dios que adoras? ¿Habla de regeneración y vida nueva? ¿Se animarían otros a aceptar a Jesús basándose solo en lo que pueden ver en ti? Hoy es mi deseo que los demás vean en ti «una carta escrita por Cristo mismo […]; una carta que no ha sido escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente; una carta que no ha sido grabada en tablas de piedra, sino en corazones humanos» (2 Cor. 3:3).