El suero que salvó a un niño
«Y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gálatas 2: 20).
Un niño de ocho años de Innsbruck, Austria, tenía una herida que no dejaba de sangrar. Sufría de una dolencia llamada hemofilia, lo que significaba que su sangre no se coagularía. Su única esperanza consistía en que le aplicaran un suero especial que se conseguía solo en los Estados Unidos, a más de siete mil kilómetros de distancia. Se hizo una llamada telefónica, y pronto el precioso medicamento iba en camino por vía aérea. Lo único que los médicos y los padres del niño podían hacer era esperar que llegase a tiempo.
Un vehículo todoterreno lo recogió rápidamente y lo transportó a gran velocidad por los caminos alpinos cubiertos de nieve, hasta llegar al hospital. Allí fue suministrado al niño enfermo. Gracias a la acción diligente de estas personas, la herida se sanó. Se pudo salvar una vida porque muchas personas de dos países mostraron interés en la criatura, lo cual demuestra el valor de la solidaridad y la compasión humana.
Las heridas que hemos recibido como resultado del pecado no sanarán sin el «suero» que está guardado en el banco de sangre del cielo. Siempre que se recibe un pedido de auxilio desde el planeta Tierra, todo el cielo se moviliza y coopera. El Médico divino da nueva vida a los que invocan los méritos de Cristo Jesús para cubrir sus pecados.
¿Has pedido tú el suero celestial para sanar tu alma? ¿Has reconocido que solo la sangre de Cristo puede limpiarte de toda maldad? La Biblia dice: «Si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1: 9).
Acércate a Dios con humildad y arrepentimiento, y él te dará la vida eterna. Él te amó y se entregó a la muerte por ti. Acepta hoy una vez más el don de la salvación.