La elección correcta
Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová. Josué 24:15.
Había vivido tanto que los recuerdos se le agolpaban. Aún mantenía en su memoria los años de esclavitud en Egipto, cuando eran menos que los animales, cuando su clamor de justicia llegó hasta el cielo. Podía oler la sangre que pusieron sobre las jambas de las puertas en la noche de la Pascua, y el salitre marino cuando cruzó el mar Rojo, y la arena del desierto y el dulzón aroma del maná. Recordaba su pequeñez ante los hijos de Anac y cómo cayeron las murallas de Jericó. Sentía la humedad del agua del Jordán poco antes de que se retirara ante el paso del arca. Y las primeras lluvias en aquella tierra que fluía leche y miel. Y las batallas en las que Dios se manifestó. Tantos recuerdos construían su fe, que sintió que aquel era el momento porque las fuerzas comenzaban a flaquearle.
Reunió al pueblo en Silo; un lugar estratégico porque allí se encontraba el arca de la alianza, el símbolo de que a Dios le gusta caminar junto a su gente. Un Dios bondadoso que los había acompañado en los momentos difíciles y en los alegres. Josué, lleno de días y de fe, decidió que ellos mismos debían decidir dónde iban a poner sus corazones. Y les hizo la oferta de que, voluntariamente, viesen cómo estaba el mercado de las creencias. Por un lado tenían a los dioses mesopotámicos, los poderosos amos de los hombres. Dioses violentos que consideraban a las personas como meros siervos. Y los dioses de Canaán, dioses dormilones como Baal, que gustaban de excesos y sacrificios. Por otro lado, Jehová, quien formaba parte de su historia, quien les había mostrado su poder de forma maravillosa y los cuidaba cada día.
Josué comenzó la votación por lo personal: “Yo y mi casa votamos a Jehová. Vosotros, ¿a quién votáis?” Observando el talante “democrático” de Josué, tengo la certeza de que había consultado a los miembros de su familia y su tribu sobre qué querían hacer. Dada la rotundidad de su afirmación, debieron apoyarlo unánimemente. Aquello le dio la fuerza de presentar su posición. Una posición tan clara que el resto del pueblo siguió su ejemplo y votaron por Dios.
Josué es un ejemplo de relación familiar y coherencia que nos enseña a crecer cuando permitimos que Dios participe de nuestras historias. Un ejemplo a imitar.