
«Reconozcan que el Señor es Dios; él nos hizo y somos suyos; ¡somos pueblo suyo y ovejas de su prado!» (Sal. 100:3)
Si entras a un aula universitaria y preguntas: «¿De dónde proviene el ser humano?», un gran grupo te responderá: «El ser humano es producto de una larga cadena evolutiva que ha ocurrido a lo largo de millones de años». La mayoría de las «personalidades respetadas» del mundo científico hoy en día tiene ideas similares.
¿De dónde proviene esta idea? Aunque la respuesta puede ser bastante extensa, uno de los elementos decisivos ocurrió un día como hoy en 1859, cuando Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies. Con la publicación de la obra de Darwin se popularizó el naturalismo como el motor detrás de la biodiversidad que observamos hoy en nuestro planeta.
En pocas palabras, Darwin propuso que existe una lucha por la supervivencia entre los seres vivos y que los individuos mejor adaptados tienen mayores probabilidades de sobrevivir y transmitir sus rasgos a las generaciones futuras. Este proceso conlleva cambios en las especies, acumulándose para formar nuevas especies. Según Darwin, todos los seres vivos comparten un ancestro común. Esta propuesta generó un gran debate científico, filosófico y, sobre todo, religioso. Si las ideas de Darwin son ciertas, ¿dónde queda Dios?
En el libro de los Salmos, David declara: «Los necios piensan que no hay Dios» (Sal. 14:1). Al observar las huellas y las evidencias de un Dios creador en la naturaleza, como la complejidad irreductible, el diseño inteligente y el ajuste fino del universo, solo una persona necia sería capaz de negar la existencia de Dios. Por eso el texto de hoy nos invita a reconocer «que el Señor es Dios; él nos hizo y somos suyos».
Si consideras que eres el resultado del azar, tu existencia carecerá de propósito; pero si reconoces que fuiste creado a imagen de Dios, tu vida tendrá un sentido definido. Saber que Dios te formó (ver Sal. 139:13) te ayudará a entender que estás aquí como representante de Dios para gobernar el planeta (ver Gén. 1:26-27) y tu destino es vivir para siempre con Dios en la tierra nueva (Apoc. 21:1-4). No sé tú, pero esa idea me parece más lógica y prometedora que el naturalismo darwiniano.

