La voz de Dios
«Puse mi esperanza en el Señor, y él se inclinó para escuchar mis gritos; me salvó de la fosa mortal, me libró de hundirme en el pantano. Afirmó mis pies sobre una roca; dio firmeza a mis pisadas» (Salmo 40: 1-2).
Uno de los incendios más pavorosos ocurridos en la historia hotelera del mundo se produjo el 7 de diciembre de 1946 en el Hotel Winecoff, de Atlanta, Georgia, Estados Unidos. Ciento diecinueve personas perdieron la vida en aquella ocasión. Gregory Bojae fue uno de los sobrevivientes. Gregory era un hombre de negocios cristiano que realizaba todas sus transacciones como si estuviera delante de la presencia de Dios.
La noche del 6 de diciembre, el señor Gregory se alojó en una habitación del décimo piso del hotel. Antes de acostarse, dedicó un momento a comunicarse con Dios. El ulular de las sirenas de los camiones de bomberos lo despertaron. El hotel estaba en llamas. Veintenas de huéspedes, gritando despavoridos, se lanzaban al vacío. El miedo lo invadió, pero luego recordó la promesa del Señor en el Salmo 91: «Ya que has hecho del Señor tu refugio, del Altísimo tu lugar de protección, no te sobrevendrá ningún mal» (vers. 9, 10). Oró y se vistió con calma. Luego se le ocurrió hacer una cuerda atando las sábanas, las frazadas y la colcha. Sabía que la cuerda no alcanzaría a llegar a la calle, pero escuchó las siguientes palabras: «Prepara la cuerda». Ató un extremo a la cama y se alistó para subir a la ventana; pero la voz le dijo: «Todavía no». El humo ya iba penetrando en la habitación y el piso ardía de calor; pero la voz le ordenó: «Espera un poco».
Entonces Gregory oyó la indicación: «¡Ahora!». Subió a la ventana y comenzó a bajar en el preciso instante en que su habitación comenzaba a incendiarse. Se deslizó por la cuerda, pero aún faltaban ocho pisos para llegar a la calle. De repente apareció un bombero a su derecha en el octavo piso, colocó una soga alrededor del cuerpo de Gregory y lo condujo a un lugar seguro. En ese momento la cuerda que él había preparado se quemó. Gregory pudo oír la voz de Dios porque la había estado escuchando siempre. Y tú, ¿cómo puedes cultivar una relación con Dios que te permita escuchar y obedecer diariamente su voz?