«Siempre he estado contigo. Me has tomado de la mano derecha» (Sal. 73:23)
El 3 de mayo de 2023, el Dr. Vivek Murthy, director del Departamento de Salud de los Estados Unidos, publicó un estudio que destacaba la presencia de una «epidemia de soledad y aislamiento» en el país. Según este informe, la carencia de conexiones sociales conlleva un aumento del 29 % en el riesgo de enfermedades cardíacas, un 32 % en el riesgo de derrames, un 50 % en el desarrollo de demencia, y eleva el riesgo de muerte prematura en más del 60 %. Además, se subraya el conocido riesgo de generar depresión y ansiedad tanto en adultos como en niños.
Estados Unidos no es el único país que atraviesa una epidemia de soledad. En enero de 2018, el Reino Unido nombró un ministro de la Soledad; y Japón hizo lo mismo el 12 de febrero de 2021. Pero cuando te sientes solo, ¿de qué sirve que haya un ministro de la Soledad sentado en un despacho lejano? No sirve de mucho,
¿verdad?
Dios sabe que la soledad es nociva. Él mismo dijo en el principio: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gén. 2:18). Por eso nos creó para relacionarnos con otros seres humanos y con él mismo. En la persona de Jesús, él vino a morar entre nosotros, para que nunca estuviéramos solos.
Como hombre, Jesús experimentó la soledad más abyecta y por eso hoy puede entenderte cuando te sientes completamente solo. Él «vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron» (Juan 1:11), fue «despreciado y rechazado por los hombres» (Isaí. 53:3, NVI), cuando más necesitaba a sus amigos (ver Juan
15:15), ellos huyeron y lo abandonaron (Mar. 14:50) y desde la cruz gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mat. 27:46). Su experiencia lo convierte en el Ministro de la Soledad por excelencia.
Si hoy te sientes solo, te tengo buenas noticias: no lo estás. Jesús está contigo. El que estuvo solo en Getsemaní, hoy te dice: «Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo» (Mat. 28:20). El que se sintió abandonado por Dios en la cruz, hoy te dice: «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Heb. 13:5). Jesús estuvo solo para que tú y yo nunca tengamos que estarlo.