¿Por qué no hablaba el loro?
«Vienen días —afirma el Señor omnipotente—, en que enviaré hambre al país; no será hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de oír las palabras del Señor» (Amós 8: 11).
Hace algunos años apareció la siguiente ilustración en un artículo publicado en la Revista Adventista en inglés, la cual nos deja una importante lección.
Una señora se compró un loro como mascota, pero al día siguiente volvió a la tienda para devolverlo.
—Este loro no habla —se quejó.
—¿Tiene un espejo en la jaula? —preguntó el dueño—. A los loros les encantan los espejos. Ven el reflejo de su imagen y comienzan a hablar.
La señora le compró un espejo y se fue. Pero regresó al otro día e informó que el ave todavía se negaba a hablar.
—¿Y si le compra una escalerita? —sugirió el dueño de la tienda—. Los loros se vuelven locos por las escaleras. Un loro feliz es un loro parlanchín.
De modo que la dama compró una escalerita para la jaula y se fue.
Pero al día siguiente nuevamente se encontraba en la tienda. Esta vez el dueño preguntó:
—¿Tiene un columpio el lorito? ¿No? Entonces ese es el problema. Una vez que comience a columpiarse, no parará de hablar.
La mujer compró de mala gana un columpio y se fue. Cuando regresó a la tienda al día siguiente, estaba más desanimada que nunca.
—El loro se murió —informó al tendero.
—Dígame, señora —preguntó el tendero muy afligido—. ¿Dijo alguna palabra?
—Sí, habló justamente antes de morir —replicó la mujer—. Con voz débil me preguntó: «¿No venden comida para loros en esa tienda?».
A menudo, lo superficial relega a un segundo plano lo más importante. Soñamos con tener el último modelo de nuestro teléfono inteligente favorito, un vehículo propio, alcanzar la libertad financiera o una carrera exitosa, pero descuidamos el tiempo para alimentarnos de la Palabra. Así llegamos a ser exitosos en muchas áreas, mientras nuestra relación con Dios está a punto de morir.
Jesús nos recuerda: «No solo de pan vivirá el hombre, sino también de toda palabra que salga de los labios de Dios» (Mateo 4: 4). Si dedicas tiempo a estudiar la Biblia, tu fe crecerá, pues «la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo» (Romanos 10: 17).