Mirando profundamente
La misma ley regirá para el natural y para el extranjero que habite entre vosotros. Éxodo 12:49.
Este texto se puede leer desde diferentes perspectivas, y en todas es excepcional. Si lo analizamos jurídicamente, podemos afirmar que la sociedad que se proponía a los hebreos era sumamente avanzada para su época. El mandato era que todos fuesen iguales ante la ley. Si lo analizáramos sociológicamente, podemos percibir que existía la identidad del natural y del extranjero, que no había imposición cultural sino búsqueda de espacios comunes. Esta segunda idea me fascina porque, como cristianos, tenemos el mandato de la inclusión sin despersonalización. Si lo analizamos religiosamente, entendemos que hay una ley, un eje común que nos identifica como creyentes, y que además, hay matices secundarios que permiten configurar nuestras culturas específicas. La búsqueda de ese eje común es esencial en los momentos que vivimos.
Comparo esta situación con un iceberg. Lo que se ve es una parte pequeña de la totalidad del bloque de hielo. En nuestra vida religiosa sucede algo similar: cosas sumamente visibles son, como su nombre indica, superficiales. Lo más importante se halla más allá. Por ejemplo, no son tan importantes los detalles de la moda como que vistamos de tal manera que seamos bellos y sencillos, que reflejemos el carácter sano de un cristiano. No es tan importante cómo cocinemos, si el resultado es una alimentación saludable. No es tan importante el tipo de música, si de verdad nos hace mejores personas y nos acerca a Dios para reconocer su grandeza. Con relación a nuestra misión en la sociedad sucede algo similar. No es tan importante el método como que las personas se encuentren con Jesús de verdad y hagan de él su íntimo compañero. Evidentemente, es un trabajo de colaboración, no de competición; un trabajo voluntario, no impuesto; un trabajo que surge del corazón y no solo de un calendario.
Recuerdo a Manuel, era una persona peculiar. Si lo tuviese que analizar desde una perspectiva superficial, diría que era raro por su manera de comportarse. Pero Manuel llevaba a Cristo en su corazón, y aunque sus métodos eran extraños para mí, era un misionero excelente. Yo tengo una mente humana y veo con dificultad, pero Dios, un Dios sumamente creativo, ve las cosas de otra manera. Ve lo profundo.
Te sugiero que aprendas a mirar más allá de la superficie, que veas a las personas que te rodean, sean como sean, como personas, seres con necesidades de Dios. Tal mirada no solo te hará comprender lo realmente importante sino que te permitirá ser agente de cambio y mejora.