Matutina para Jóvenes, Miércoles 09 de Junio de 2021

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El llamado nocturno

“En paz me acostaré y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Sal. 4:8).

Algunas mudanzas pueden ser difíciles. A los ocho años ya tenía seis en mi haber. Ahora tocaba Montevideo, y la casa era linda y segura; pero yo tenía miedo.

Una noche, tapada con la sábana hasta la nariz, decidí animarme a salir de la cama e ir a la pieza de mis padres para contarles que no podía dormir. Eran cerca de las 2 de la mañana y ya hacía rato estaban durmiendo.

Con toda la valentía que me nació, fui corriendo hasta su pieza. Me paré al lado de su cama, me incliné con cuidado para no sobresaltarlos, pero nuevamente me alejé de ellos sin decir una palabra. No quería despertarlos y me preguntaba si valía la pena molestarlos. Al final, volví a mi cama en silencio.

Cuando se los conté al día siguiente, me dijeron: “Pero, hijita, ¿cómo no nos despertaste?”

Muchos años más tarde, veo que a veces conservo esa misma actitud ante Dios. Vacilo y me equivoco al pensar que no vale la pena “molestarlo”. Sin embargo, recuerdo que, en esas noches de miedo e insomnio, el versículo que me calmaba era el de hoy.

Seguramente tus miedos ya no son los típicos infantiles. Pueden estar relacionados con lo que sucederá en el futuro en cuanto a estudios, trabajos, relaciones, mudanzas, viajes; o puede ser que estés viviendo una situación amenazante que de alguna forma te angustia.

Pero esta misma seguridad que tenía el rey David, esa misma calma que me permitía dormir, es la que Dios nos ofrece hoy. No hace falta que dudemos un instante de su disponibilidad a escucharnos, del cerco protector que envía con los ángeles y de la promesa de cuidado en todo tiempo.

A veces, sufrimos en silencio; sabemos a quién recurrir pero nos quedamos dando vueltas y volvemos a nuestro rincón de dolor sin haber recibido el consuelo que necesitábamos y esas fuerzas vitales que solo nuestro Padre nos puede dar.

No pensemos que está cansado de escucharnos siempre con el mismo problema. Él ya está atento. No hace falta despertarlo. Ojalá no tenga que decirte: “Pero, hijo, ¿cómo no me buscaste?”

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