Vitória
Nunca había visto un arco corneal. Como estudiante de segundo año de Medicina, todavía no había llegado a estudiarlo y no pude identificarlo esa noche cuando Vitória se sentó para su consulta gratuita. Como tantas otras personas, se había acercado a la iglesia donde estábamos haciendo las reuniones semanales de salud y evangelismo.
La fila era larga. Las personas iban entrando para medir su presión arterial y recibir algunos consejos de prevención de las enfermedades más comunes.
Había dos sillas, una mesa y una alfombra verde. La salita era tan precaria como nuestra capacidad de hacer algo significativo por ellos, pero con poco quedaban contentos y agradecidos.
Habíamos estado caminando todo el día, subiendo y bajando las empinadas cuestas, golpeando puertas, escuchando historias sorprendentes de personas que por primera vez recibían atención gratuita en años; habíamos registrado casos de enfermedades muy raras que solo se ven en los libros, invitado a muchas personas a estudiar la Biblia y participar de la actividad que realizábamos cada noche en la iglesia, y con poco tiempo nos habíamos bañado para llegar a la reunión.
Vitória era de tez morena, rulos canosos y sonrisa amplia. Tenía el colesterol por las nubes y una presión muy alta. Pero eso no es lo único que recuerdo. En mi ignorancia, al ver el color azul en sus ojos, le dije: “¡Qué lindos ojos tiene!” Ella, sonriendo, me contó que los tenía así por la enfermedad. Me dijo que le costaba mucho ver y que, cuando era pequeña, había perdido la visión por un pico de estrés desatado por una situación traumática.
Yo estaba muy cansada, pero esta señora era muy simpática y se notaba que necesitaba hablar más. Cuando todos se fueron, me agarró la mano y me contó su triste historia. Comencé a llorar con ella. No estaba lista para todo lo que me contó después. No estaba preparada para enfrentarme a tal magnitud de dolor en ese momento. (Creo que nunca lo estamos. No nacimos para esto.)
Se secó las lágrimas, sonrió y continuó: “Pero Dios es tan bueno… él me dio fuerzas todos estos años y en él tengo puesta mi esperanza. Él me hace ver las cosas que yo ya no puedo ver y hay cosas que ahora veo mucho mejor que con los ojos abiertos”.
Te invito a que leas los versículos que Vitória me compartió: 2 Corintios 4:6 al 9, y 16 al 18, y que hoy ores para que este sea tu lema de vida.