La serpiente y el hacha
“No te dejes llevar por el enojo, porque el enojo es propio de gente necia” (Ecl. 7-9)
Un carpintero cerró su taller al caer la tarde y se retiró a su hogar. Durante la noche, una serpiente venenosa se infiltró en el taller, hambrienta y en busca de alimento. Deslizándose por la oscura tienda, su búsqueda se vio interrumpida al chocar con un objeto indistinguible en la penumbra, causándole una leve herida.
En su afán de venganza, la serpiente mordió el objeto, sin percatarse de que se trataba de un hacha. ¿Qué daño podría causar la mordedura de una serpiente a un hacha? Al contrario, fue la serpiente la que resultó más herida y comenzó a sangrar por la boca. En un estado de furia descontrolada, intentó “matar” a su adversario utilizando todos los medios a su alcance. Al ver que el veneno no surtía efecto, optó por sofocar el hacha: la envolvió y empezó a apretar, pero a medida que apretaba con más fuerza, más dolor experimentaba. A pesar de ello, la ira la dominaba por completo y, en un arrebato de furia, apretó con todas sus fuerzas. Cuando el carpintero abrió la puerta de su taller al día siguiente, encontró la serpiente sin vida, enredada alrededor del hacha.
Esta anécdota ilustra de manera elocuente lo peligrosa que puede ser la ira. Al dejarnos llevar por ella, dirigimos todos nuestros esfuerzos a causar daño a los demás, sin percatarnos de que, en realidad, nos estamos perjudicando a nosotros mismos.
Permitir que la ira nos ciegue equivale a ingerir veneno y esperar que el único que sucumba sea el otro. Por esta razón, la Biblia contiene numerosas enseñanzas sobre el manejo de la ira. En el versículo de hoy, Salomón destaca que el enojo es la característica distintiva de los necios. Santiago 1:19 nos alienta a ser “lentos para enojarnos”, y Pablo nos insta a abandonar el enojo y la ira (Col. 3:8). De hecho, el propio Pablo reconoce que, incluso cuando no podemos evitar experimentar enojo, no debemos permitir que este nos domine ni nos lleve a pecar, ni dejar que perdure durante todo el día (Efe. 4:26).
Como estoy seguro de que no quieres autodestruirte, hoy te invito a tomar la decisión de controlar la ira. Y si para dar el primer paso necesitas una buena motivación, recuerda que Dios se autodescribió como “lento para la ira y grande en amor y fidelidad” (Éxo. 34:6, NVI). Te invito a ser como nuestro Padre celestial.