Ya queda menos
Tened también vosotros paciencia y afirmad vuestros corazones, porque la venida del Señor se acerca. Santiago 5:8.
Hemos imaginado a Dios de mucha maneras. Quizá la más solemne de la historia sea la del Pantocrátor de la Edad Media, donde se le representa con un rostro serio, distante y con la mano derecha levantada. Otra es la del Dios de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. O la de ese dios bonachón de la posmodernidad, al que muchos llaman Papá Noel. Al principio de Génesis, sin embargo, se presenta como quien cultiva la tierra. ¿Se lo imaginan? Con un sombrero de paja, una azada en la mano, una piel broncínea y un porte atlético. Colocando un plantón aquí y un árbol allá. Cuidando con esmero los pétalos de una amapola, guiando el crecer de una parra, abonando multitud de orquídeas. Un Dios agricultor habla mucho de lo armónico con la vida.
El Edén era una mezcla de jardín con un huerto. Todavía, en la provincia de Granada (España) se pueden observar pequeñas fincas llamadas “cármenes”, que entre parras y claveles hacen las delicias de los que las habitan. El Edén era un “carmen” especial. La palabra significa, entre otras cosas, “delicia”. Pero no una delicia cualquiera, una delicia sumamente exquisita, propia de sibaritas. Y allí puso al hombre y le pidió que, como lo era su Creador, fuese un jardinero-hortelano.
Algunos dicen que soy un jardinero impaciente. Me gusta el jardín tanto como la huerta, pero no soy de campo. Crecí en una ciudad y me cuesta dejar de ser de ciudad. Como buen urbanita quiero las cosas ya, pero así no funciona la naturaleza. En el campo las cosas llegan con sus ritmos. Puedo plantar tomates y quedarme mirando a que crezcan inmediatamente, pero eso no va a suceder. Pasarán muchos días de cuidados y atención hasta que vea enrojecer sus frutos.
En la vida de cada día pasa igual. Pretendemos una religión de la inmediatez y, nos guste o no, Dios se toma sus tiempos. Y son los tiempos correctos, porque él no produce cualquier cosa sino lo mejor y más fino que se pueda crear, delicias. Hasta hoy observamos su obra y exclamamos con Ludwig Mies van der Rohe: “Dios está en los detalles”.
Cuando saco un tomate de la mata y siento la intensidad de su olor, la textura de su piel y el rojo intenso que lo colorea, recuerdo que nuestro lugar es otro: un “carmen” al oriente. Y pienso en mi Dios con su sombrero de paja, con su plantón en la mano y su sonrisa inmensa.
¿No les entra nostalgia? Bueno, ¡ya queda menos!
Excelente 👌 y muchas bendiciones