Mundo líquido
No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12:2.
Empezó allá por los ochenta, comencé a entender lo que implicaba para mucha gente eso de pasar de la Era de Piscis a la Era de Acuario. Lo que parecía simplemente un recuerdo de los años sesenta y del movimiento hippie, fue cobrando fuerza hasta derivar en lo que hoy, comúnmente, se llama New Age (Nueva Era). Entre las lecturas de Marilyn Ferguson (La conspiración de Acuario) y las de Zygmunt Baumant (Modernidad líquida), pude visualizar la fluidez de nuestro entorno y la usual levedad de nuestro ser: flotamos en un mundo líquido.
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que antes sabíamos dónde estábamos porque nuestra sociedad tenía los márgenes bien claros y establecidos. Un ejemplo, una pareja sabía que tras la amistad venía el noviazgo, después el compromiso, el matrimonio y la generación de una familia. Hoy, una pareja no sabría diferenciar el estado en el que se encuentra, ¿amigos con derecho a roce es como el compromiso de antes, o como el matrimonio? ¿Cuánto dura el matrimonio? ¿Y el amor? Todo está mucho más difuso, menos sólido: líquido.
Ya lo decía el libro del Apocalipsis hacia el final de su proyección de las diferentes etapas del cristianismo (las siete iglesias del Apocalipsis que se encuentran en Apoc. 1:9-3:22): “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Tú dices: ‘Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’. Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo” (Apoc. 3:15-17).
El cristianismo ha vivido tiempos adversos. Helados, cuando fue perseguido; calientes, cuando fue perseguidor. Pero ahora, está y no está. Se encuentra en medio de una situación difícil de clasificar. La religión es patrimonio de pueblos y, a su vez, está divorciada de la cotidianidad. Forma parte de mucho público pero no puede ser pública, tienen la condición de privada y expuesta al deseo de ser privatizada. “Creer” ya no se enmarca en las doctrinas sino en las opiniones. Pero esta anómala situación es muy atrayente para multitud de cristianos.
Es momento, sin embargo, de volver a la Escritura y reflexionar sobre el consejo de Pablo, porque no nos podemos conformar a este mundo. Se necesita compromiso para que el ideario sea claro. Se necesita que seamos lo que tenemos que ser.