Un diente de tiburón
Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (Juan 3:3).
Cuando tenía 6 años, perdí mi primer diente durante una clase de gimnasia. Paso seguido, lo perdí literalmente, y tuve que buscar entre todas las colchonetas para ver dónde había caído.
Cuando lo encontré, lo guardé en un recipiente cerrado para mostrárselo a todos mis amigos. Que se cayera un diente era algo muy importante, y sentí que finalmente estaba creciendo. Por otro lado, para los tiburones perder un diente es algo casi diario. Cada tiburón pierde miles de dientes en la vida, para hacer lugar para los nuevos dientes que crecen todo el tiempo en su boca. Como estas criaturas pierden una gran cantidad de dientes a lo largo de la vida, muchas personas encuentran dientes de tiburón en la playa y los usan en collares. Quizás esas personas no se dan cuenta de que la muda de dientes de los tiburones es semejante a la vida cristiana.
Cada mañana, cuando nos despertamos, tenemos que dejar el viejo “yo” atrás. Pablo escribió: “Por el orgullo que siento por ustedes en Cristo Jesús Señor nuestro, cada día me expongo a la muerte” (1 Cor. 15:31). Él animó a otros a hacer lo mismo y dejar atrás el viejo “yo”, así como los tiburones dejan atrás sus dientes. Algunas personas temen extrañar su vieja vida, pero así como a los tiburones les crecen dientes nuevos donde tenían los viejos, Dios nos da una nueva vida para reemplazar la anterior. Cuando nos entregamos a él, “nacemos de nuevo”.
Cada día podemos experimentar esta nueva vida y recibir el gozo abundante que Dios quiere darnos.