
«Que se alegre el desierto, tierra seca; que se llene de alegría, que florezca» (Isa. 35:1)
¿Te imaginas vivir en un lugar donde casi nunca llueve? Donde el sol es implacable y la tierra árida y estéril. Donde la vida es escasa y difícil. Ese lugar existe y se llama el desierto de Atacama.
El Atacama es el desierto no polar más seco del mundo. Se extiende por 105,000 kilómetros cuadrados a lo largo de la costa del Pacífico, en el norte de Chile. Su clima es extremo: las temperaturas pueden variar entre los cuarenta grados centígrados durante el día y cinco grados bajo cero durante la noche. La precipitación media anual es de apenas quince milímetros, y hay zonas de este desierto donde no ha llovido en décadas.
Sin embargo, el desierto de Atacama no está muerto. En medio de la aridez, hay oasis donde brotan manantiales y crecen plantas y animales. También hay fenómenos sorprendentes, como el desierto florido, que ocurre cada cierto tiempo cuando las lluvias inusuales hacen germinar miles de semillas que estaban dormidas bajo la arena. Además, podemos encontrar bellezas naturales como géiseres, salares, volcanes y el cielo estrellado.
No conozco tu situación personal en este momento, pero es probable que más de un joven o señorita que lea este devocional se sienta como si su vida estuviera más árida que el desierto de Atacama. Es posible que en algún momento hayas sido una buena cristiana, pero las condiciones «climáticas» de tu entorno social, universitario, familiar o laboral hayan causado una deshidratación espiritual.
Pero no todo está perdido. Dios promete en el versículo de hoy que tu desierto puede volver a florecer. El poder del Señor no está limitado por el estado de tu vida, él puede hacer brotar en ti fuentes de agua viva que refresquen tu alma y la de los demás. El poder del Espíritu Santo puede producir en ti su fruto: «amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio» (Gál. 5:22-23).
Al empezar este nuevo día te invito a que no te conformes con una vida seca, marchitada y estéril. No te resignes a vivir toda tu vida en un «Atacama» espiritual. Deja que Dios te llene de agua viva. Jesús prometió: «Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquel correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38). ¿Aceptarás la oferta?

