‘Citius, altius, fortius…, optimus’
Bueno es mostrar interés por lo bueno siempre. Gálatas 4:18.
En 1896, el barón Pierre de Courbetin daba un discurso en Atenas que iniciaba los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna. Dos años antes había propuesto al Comité Olímpico la frase que serviría de enseña para dichos juegos: Citius, altius, fortius. Hacía referencia, sobre todo, a los atletas y significa: “¡Más rápido! ¡Más alto! ¡Más fuerte!” Son expresiones que animan a la superación y a conseguir lo máximo. Y esa propuesta ha acompañado a miles de deportistas hasta hoy.
En el año 2016, en Río de Janeiro, pudimos contemplar mundialmente una escena que impactó a todos y que, a mi parecer, mostró un espíritu que supera el lema olímpico. Tanto Nikki Hamblin, de Nueva Zelanda, como Abbey D’Agostino, de Estados Unidos, habían pasado mucho tiempo entrenando para ese momento. La carrera de cinco mil metros femeninos no es algo que se pueda improvisar, requiere esfuerzos diarios y un tesón superlativo. Esas atletas, más de una vez habrían sentido que debían hacerlo más rápido y adquirir una mayor fortaleza. Ahora se encontraban en el momento de la verdad, cuando había que entregarse totalmente. Y competir no siempre es algo amable, puede ser todo lo contrario. En un momento de la carrera ambas caen. Abbey se levanta y observa a Nikki en el suelo. Su mente podía haber pensado: “No pares, sigue. Ve más rápido”. Pero Abbey dejó a un lado su carrera para hacer algo mejor: ser persona. Ayudó a Nikki a levantarse y ambas corrieron de nuevo. Abbey se había lastimado y no corría bien, pero no iba sola, Nikki la animaba en cada momento de debilidad con palabras de superación: “¡Sigue adelante! ¡Sigue adelante!” Ambas llegaron a la meta y se unieron en un abrazo que dio la vuelta al mundo. Había triunfado el espíritu de la bondad.
En latín, el superlativo de lo bueno es una palabra irregular. Quizá sea porque no hay tanto y merece una palabra especial. Lo mejor de lo mejor es optimus. Lo que hicieron Abbey y Nikki fue optimus porque pusieron en primer lugar lo que merece la pena.
Vives en un mundo de competitividad superlativa, pero no puedes perder el verdadero eje central de un cristiano. Es cierto que la presión es mucha, que hemos invertido tiempo y esfuerzos en trabajo, posesiones, compromisos, pero lo importante es lo importante.
Estamos llamados a ser excelentes pero, sobre todo, estamos llamados a ser buenas personas, las mejores personas que podamos ser.