Paisaje
Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del sexto día. Génesis 1:31.
Joseph Mallord William Turner fue uno de los mejores paisajistas británicos. Artista brillante desde su infancia, destacó por su uso excepcional de la acuarela. Turner vivió en la época del romanticismo, un tiempo en el que se sublimaba la naturaleza en su relación con el ser humano. Pero los suyos no eran paisajes pacíficos, sino representaciones enérgicas y poderosas del mar o del viento. Esa influencia llegaría hasta Claude Monet, quien tomaría lo sublime de Turner y lo convertiría en borroso, colorido y expresión de lo fugaz. Los suyos tampoco fueron paisajes pacíficos, sino imágenes de lo efímero. Ambos fueron genios de la paleta, pero sus obras expresan cierto vacío del ser.
Pongámonos en los ojos de Dios por un momento. La obra se ha concluido. No ha pintado con el dúctil óleo ni con la caprichosa acuarela, sino con la vida. No ha creado imagen sino realidad. Su pincel no ha sido de crin de caballo o de pelo de marta, sino la Palabra misma. Hay luz por todos lados, luz que rebota entre brillos y resplandores. El cielo se viste de un azul tan intenso que precisa de multicolores aves. Un verde vibrante tiñe la superficie como si fuera un manto. Las flores, variadas y policromadas, contrastan creando una danza de aromas y tonalidades. El mar bulle de transparencia y movimiento. Los felinos pasean con los corderos, y las serpientes, emplumadas y elegantes, despliegan su belleza. En medio de un bosque de árboles portentosos, se encuentra la primera pareja. Hay armonía en sus proporciones, salud en su piel, inocencia en sus miradas.
Y Dios sonríe. Esto sí que es un paisaje, un paisaje de paz, de plenitud.
Volvamos a mirar con sus ojos. Han pasado siglos desde aquel día de la Creación. La destrucción y el emborronamiento han cesado. Con la precisión y la maestría del mejor de los restauradores, se ha rehecho el paisaje. Es la misma luz del sexto día, el mismo cielo, el mismo verde, el mismo mar, los mismos animales, pero una diferencia hace de este paisaje un momento excepcional. Miles y miles de personas rodean el Árbol de la Vida. Son diferentes de los demás del universo porque vivieron un momento difícil, un momento de naturaleza enfurecida y tiempo huidizo. En el centro, con los brazos extendidos, se encuentra Jesús. ¡Suya es la victoria y solo suya!
Y Dios, tras muchos siglos, vuelve a sonreír. Esto sí que es un paisaje, un paisaje de paz, de plenitud, de vida sin fin. Y por eso, esperamos (2 Ped. 3:13).