¿Un mal chiste?
Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre… Marcos 5:25, 26.
Jesús acaba de desembarcar y una multitud lo rodea. Estaba aún junto al mar cuando un alto dignatario de la sinagoga, Jairo, se le acerca suplicándole que sane a su hija, que estaba agonizando. Comienzan el camino hacia la casa con toda la gente a su alrededor. Había tantos que se le echaban encima, presionándolo. El relato entonces desvía su atención hacia una mujer marginada. Hace doce años que tiene una enfermedad que la convierte en inmunda. Nadie la puede tocar. Ni su marido, ni sus hijos ni sus ancianos padres. Es una muerta en vida. Sabe, sin embargo, que un leve roce de Jesús la puede salvar. Decide, entonces, cometer una locura de aquellas que solo se le ocurre a la gente de fe: tocar su manto. Entre la confusión de la multitud se cuela poco a poco hasta que, por fin, puede rozar al Maestro. Entonces, de forma milagrosa, sana. Entre alegría y vergüenza decide alejarse anónimamente, cuando escucha a Jesús gritar: “¿Quién ha tocado mis vestidos?” Tanto los discípulos como la multitud se quedan extrañados. Los discípulos, como buenos alumnos, no tardan en matizar a su Maestro: “Pero, profe, no ves que hay una multitud a tu alrededor. ¿Qué chiste es este?” Las piernas de la mujer empezaron a temblar. Temía que fuera no solo un mal chiste, sino una riña en público. Se acercó cabizbaja y reconoció su atrevimiento. Y Jesús aireó por doquier que esa mujer era sana, que ya tenía derecho al cariño de todos. La resucitó socialmente, y lo hizo con humor.
Estaban aún sonriendo con lo sucedido cuando un mensajero indicó que la hija de Jairo había muerto. El padre se desplomó, y Jesús le pidió que confiase en él. Los profesionales de la muerte ya se habían instalado cuando Cristo llegó a la casa. Las plañideras, con sus gemidos incrementaban el dolor de los familiares. Y Jesús vuelve a romper el ambiente recordando que la adolescente duerme. ¿Otro mal chiste? No, un nuevo aviso de que está realizando algo extraordinario. Al susurro del “Pequeña, levántate”, se produce el milagro. Y la niña resucitó con un hambre voraz, propio de la gente sana. La resucitó biológicamente, y lo hizo con humor.
Jesús enfrenta las adversidades desde la certeza de la solución. Sabe que nada le es imposible y se permite minimizar la enfermedad y la muerte. Para él no son obstáculos, sino oportunidades para mostrar su cariño por los vivos que mueren y los muertos en vida. Y lo sorprendente es que lo hace con buen humor.