El bautismo de Jesús
“Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito. He puesto en él mi espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones” (Isaías 42:1).
Jesús recibió el Espíritu Santo de manera visible en su bautismo. Así, tuvo el sello de Dios para la gran misión que emprendería y que duraría tres años y medio. Jesús se bautizó para identificarse con nosotros y como evidencia pública de que él era el ungido de Dios. Nosotros nos bautizamos como señal de arrepentimiento de nuestros actos erróneos y para empezar una nueva vida con Dios.
Cuando Jesús se bautizó, se escuchó una voz del Cielo que decía: “Este es mi hijo amado…”, era su Padre celestial. Y agregó: “… a quien he elegido” (Mat. 3:17). Tú puedes tener esa misma relación con Dios. Si aún no te has bautizado, no dejes pasar más el tiempo. ¡Has sido elegido por Dios para vida eterna!
La razón para bautizarte debe ser tu amor a Dios, y el requisito para ser hijo de Dios es creer en Jesús (Juan 1:12). Tal vez te preguntes, ¿cómo puedo ser hijo Dios si me equivoco? La gran noticia es que para Dios no hay casos imposibles. Juan el Bautista afirmó: “Les aseguro que incluso a estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham” (Mat. 3:9). Es decir, aun en aquellas personas caracterizadas por ser como piedras, indiferentes y endurecidas, Dios puede efectuar el milagro de la conversión. El apóstol Pedro era como una piedra (eso significa su nombre), era impulsivo y malhablado, pero llegó a ser un hijo de Abraham porque tuvo fe en Dios.
El agua del bautismo es un símbolo de la gran verdad que has aceptado en tu mente. Si te bautizas, llevarás una vida fructífera, que es la mejor manera de producir una sonrisa en el rostro de tu Padre celestial, pues Jesús afirmó: “En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis así mis discípulos” (Juan 15:8).