Los “tormentos” de Saúl
“En cuanto a Saúl, otra vez lo atacó el espíritu maligno de parte del Señor; y estando sentado en su habitación, con su lanza en la mano, mientras David tocaba, intentó clavar con ella a David en la pared” (1 Samuel 19:9, 10).
La envidia se convirtió en el principal problema que Saúl tuvo que enfrentar. La envidia solo afecta a quien la mantiene en el corazón. Es como una enfermedad interior que se va adueñando más y más de nuestras emociones, pensamientos, palabras y acciones. Es una situación que hasta puede enfermar a la persona. Por eso, Salomón dijo: “La mente tranquila es vida para el cuerpo, pero la envidia corroe hasta los huesos” (Prov. 14:30). La envidia es la reacción natural de las personas orgullosas y egoístas que esperan todo el reconocimiento y el aplauso. Cuando alguien más alcanza o recibe lo que nosotros pensamos que nos pertenece podemos sentir eso.
Saúl vivió esto. Decía que ya no iba a perseguir a David, pero al siguiente día rompía su juramento y buscaba matarlo. Saúl era como un hombre que “hoy piensa una cosa y mañana otra, y no es constante en su conducta” (Sant. 1:8). La envidia en su corazón llegó a actos espantosos: más de una vez le arrojó la lanza mientras David tocaba el arpa. Saúl hasta fue capaz de arrojar la lanza contra su propio hijo Jonatán con la intención de matarlo (1 Sam. 20:30-33), y de ordenar la muerte de ochenta y cinco sacerdotes que vivían en Nob, pues los acusó de haber ayudado y protegido a David (1 Sam. 22:6-23).
La lección es clara. Dios quiere que seamos agradecidos con lo que nos da. Quiere que experimentemos satisfacción y contentamiento. Nunca busques ni luches por una bendición que no te corresponde. No permitas que un sentimiento equivocado arruine tu vida ni la de tus seres queridos.