Ciudades de refugio
“Habla con los israelitas y diles que escojan ciudades de refugio, tal como lo ordené por medio de Moisés” (Josué 20:2).
Las seis ciudades de refugio que Dios estableció eran una manifestación de su misericordia para establecer justicia en Israel. Tres ciudades estaban al este del Jordán y las otras tres al oeste. Estaban perfectamente distribuidas, de tal manera que fueran accesible a cualquier ciudadano. Los nombres de estas ciudades eran: en el oriente, Beser; Ramot se ubicaba en Gad; Golán estaba en Basán. En la zona oeste encontramos a Cedes, en el territorio de Neftalí; Siquem, en el territorio de Efraín; y por último, Hebrón, que pertenecía al territorio de Judá.
En esa época en que no había policías ni un Ministerio de Justicia, cuando una persona sufría un accidente laboral, por ejemplo, y moría, los familiares de la víctima podían llegar a sospechar de la persona que estuvo trabajando con él como el posible asesino. Incluso, en ciertos casos, la sospecha podía convertirse en una falsa seguridad, y podrían ir a buscar al supuesto victimario para cobrar venganza sin estar seguros de que realmente él lo hubiera matado.
Para evitar este tipo de actos de injusticia, Dios estableció esas seis ciudades. La persona que era considerada sospechosa podía huir a una de esas ciudades y allí nadie lo dañaría hasta que los sacerdotes hicieran una investigación cuidadosa y responsable.
En el ámbito espiritual, Satanás es como un león rugiente que busca destruir a los cristianos (1 Ped. 5:8). También busca desanimarnos recordándonos nuestros fracasos del pasado y hacernos creer que no podemos recibir el perdón divino. ¡Quiere que pensemos que estamos perdidos!
Las buenas noticias son que no necesitamos ir a ninguna ciudad para estar seguros, sino solo hablar con Jesús. Jesús afirmó: “Los que vienen a mí, no los echaré fuera” (Juan 6:37). Jesús es nuestro refugio. En su compañía, no hay acusación del enemigo que pueda vencernos.