Idolatría y gracia divina
“El discurso ha terminado. Ya todo ha sido dicho. Honra a Dios y cumple sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13).
La idolatría en la vida de Salomón no apareció de una día para otro. Fue un proceso gradual, lento, y seguramente ni Salomón mismo sabría con exactitud cuándo se hizo tan real en su vida. La base del problema fue tener tantas esposas, la mayoría extranjeras (de Egipto, Moab, Edom, Amón, Sidón y heteas, 1 Rey. 11:1). Al principio, solo permitió que ellas conservaran sus costumbres y adoraran; después, les facilitó la adoración al proveerles recursos para que edificaran sitios de adoración; finalmente, él se unió a ellas en esa adoración. Es decir, llegó a adorar a los dioses de esas naciones: Astarté, Milcom, Quemós y Moloc. ¿Qué aprendemos? Que no tenemos que aceptar ni un poquito de lo malo en nuestra vida, porque crece muy rápido.
Salomón conocía muy bien la orden de Dios en cuanto al matrimonio, y su actitud nos muestra que ni toda la sabiduría ni todo el conocimiento de la voluntad de Dios son suficientes cuando descuidamos leer cada día la Biblia y orar.
Presta atención a cómo empezó el reinado de Salomón: era el “amado de Dios”, tuvo más ventajas que su padre David, y David hasta le mostró el camino para que tuviera éxito. Además, Dios se le apareció en dos ocasiones. ¡Tenía todo lo que necesitaba para que le vaya muy bien! Pero ahora, Dios estaba enojado con Salomón: “El Señor, Dios de Israel, se enojó con Salomón, porque su corazón se había apartado de él, que se le había aparecido dos veces” (1 Rey. 11:9).
Siendo ya un anciano, Salomón reconoció su desobediencia, se arrepintió, confesó su pecado y Dios lo perdonó. Entonces escribió su último libro, Eclesiastés. Allí reconoce que la vida sin Dios no tiene sentido, y que los placeres, las riquezas y todo el conocimiento no valen la pena si Dios no es parte de la vida.