Lo demás lo hace Dios
“Con toda mi alma espero al Señor, y confío en su palabra. Yo espero al Señor más que los centinelas a la mañana. Así como los centinelas esperan a la mañana” (Sal. 130:5, 6).
Cuando leo en la narración de Sara cómo intentó “ayudar a Dios” para llevar a cabo el cumplimiento de la promesa del nacimiento del hijo anhelado, no puedo menos que pensar en nosotras, las mujeres de hoy. Vivimos inmersas en una vida de rapidez y premura para todo; en ocasiones, ni nos queda tiempo para la reflexión y la oración. Por eso nos hemos vuelto incapaces de esperar las respuestas de Dios, e intentamos interpretar su voluntad a través de la nuestra. Pero Dios no funciona así; no podemos apresurar sus decisiones ni sobrecargarlo con las demandas del frenético ritmo que hemos adquirido.
Esperar en Dios no significa tener una actitud pasiva; por el contrario, exige nuestra cooperación con el Cielo, ejercitar la fe y actuar en consonancia con los preceptos divinos. Significa poner en acción los recursos físicos, espirituales y emocionales que Dios nos da. Es entonces cuando los milagros ocurren, las cosas imposibles suceden, y tenemos la certeza de que Dios tiene el control de nuestra vida. Así lo expresa este poema de Enrique Chaij:
Tú no fuerzas a una flor para que se abra, la flor la abre Dios. Tú la plantas y la riegas, lo demás lo hace Dios.
Tú no fuerzas a que te ame un amigo, el amor es de Dios. Tú le sirves, tratas de serle digno, lo demás lo hace Dios.
Tú tampoco fuerzas el éxito con tu valor, el éxito te lo da Dios. Tú luchas, perseveras y transitas el camino, lo demás lo hace Dios.
¿Estás esperando una respuesta de Dios? No intentes forzar su voluntad. Cuando la paciencia se transforma en impaciencia, caemos en el error de Sara: empujadas por nuestros anhelos incumplidos, nos atrevemos a hacerle “sugerencias” a Dios.
Poner tus planes en manos de Dios exige caminar con fe, sobre todo cuando atraviesas el túnel de la prueba y la luz divina parece extinguirse en medio del dolor, la tristeza o el desánimo. El Señor te dice hoy: “Levanta la vista, mira las estrellas; brillan más en la oscuridad”. En tus momentos oscuros, la presencia de Dios te acompaña, aunque no la veas. Haz lo que te toca; lo demás lo hace Dios.