¿Sabes que eres mujer?
“¡Muchas mujeres han hecho el bien, pero tú las sobrepasas a todas!” (Prov. 31:29, RVR 95).
Ser mujer hoy no es tan sencillo como antaño, cuando los roles estaban definidos, incluso desde antes de nacer. La mujer hoy tiene que encontrar su esencia en un sinfín de corrientes filosóficas; ¿con cuál se identificará? Algunas organizaciones y grupos se han creado para promover una lucha de fuerzas interminable entre lo femenino y lo masculino, pero ser mujer es sencillamente descubrir, aceptar y disfrutar de nuestras cualidades personales. La fuerza de una mujer no se prueba luchando contra los varones; se prueba en el campo de batalla de la vida y desde su propia trinchera.
La fuerza femenina no solo se pone a prueba a la hora de dar a luz; la mujer la ejerce al ser tierna y a la vez firme y decidida cuando se trata de poner a salvo a su familia y a ella misma. La fuerza de su autoridad deriva de sus sólidas convicciones; siembra valores con creatividad amorosa; nunca atropella la dignidad del otro; se arrodilla ante Dios con lágrimas y súplica, gime y llora, para levantarse renovada y llena de fortaleza para actuar, dar, proponer, moldear, conducir y salvar.
No malgastes tu vida quejándote de tu posición en ella por el mero hecho de haber nacido mujer. “Sácale el jugo” a tu condición femenina; “recrea” todos los días la perfecta creación que Dios decidió que fueras tú. Muéstrate delante del Señor con honestidad y él reparará los daños que las circunstancias puedan haber causado en ti. No malgastes tu fuerza cargando complejos, rencores y resentimientos relacionados con el sexo con el que naciste. No alimentes tu vida de miedos innecesarios ni de tristezas ajenas. No dejes que los daños que te han causado otros se transformen en enfermedades incurables que se enquisten en tu ánimo para siempre.
Ninguna noche, por larga que fuera, ha sido nunca capaz de impedir la salida del sol. Ámate y ama con todo tu corazón al que te creó. Ríndele honor cumpliendo sus propósitos en tu vida. La derrota no existe con Cristo, y en tus caídas él te levanta con el mismo amor de siempre.
Detrás de las lágrimas hay risas; oculto en el dolor hay placer. La tristeza sirve para llevarte a los pies del Señor; la alegría te hace levantar la vista al cielo y alabar. Alaba al Señor por el hecho de que eres mujer.