Matutina para Mujeres, Jueves 05 de Agosto de 2021

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Mi papá me ayudó a llegar

“El Señor sostiene a los que caen y levanta a los que desfallecen” (Sal. 145:14).

Los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 quedarán en la memoria de todos los que allí estuvieron y de los que pudimos ver en la pan­talla el emotivo momento (puedes buscarlo en YouTube si no lo viste o no lo recuerdas, vale la pena). Derek Redmond era uno de los favoritos para ganar la medalla de oro en la carrera de 400 metros llanos. El día esperado de la competencia, con el ánimo alto y el respaldo de meses de entrenamiento, este corredor, de 26 años, comenzó el intento de hacer realidad su sue­ño. A poco más de la mitad de la carrera, sintió un dolor en una pierna, lo que le impidió continuar. Los demás corredores lo adelantaron y llegaron a la me­ta. Fue entonces cuando Derek se secó las lágrimas, se puso valientemente en pie y reinició su carrera particular, esta vez saltando en un solo pie. El público lo ovacionó. 

Cuando Derek pensó que no podía dar un paso más, sintió una mano en su espalda; era su padre. Juntos, llegaron a la meta. Esta fue una de las últimas carreras de su vida, pero el inicio de una relación extraordinaria con su pa­dre. ¿Sabes? Esta imagen de la vida real me recuerda a nuestra relación con Dios. En la vida cristiana, nuestra meta es el cielo, y los años aquí en esta tierra son el tiempo del que disponemos para llegar allá. El tiempo no se detiene y, en nuestro continuo andar, con frecuencia tropezamos y caemos. A veces, cre­yendo que ya no podemos más, tenemos ganas de abandonar. Es en esos mo­mentos cuando más cerca se encuentra el Padre celestial. Su mano nos alcanza, y nunca llega tarde para ayudarnos a llegar victoriosas a la meta, a pesar de lo profunda que pueda ser la herida que nos hizo caer. 

Caer no nos impide llegar; sentirnos vencidas y dejar de intentarlo, eso sí que nos impide llegar. No hay circunstancia, ni error, ni pecado que pueda apar­tarnos del amor de Dios. Para él nunca somos un caso perdido, aunque es­cuches que alguien te lo dice a ti. Levántate y prosigue, porque Dios te capacita para hacerlo y te sostiene con brazo fuerte. 

Las cicatrices que te deja el tránsito por la vida dan testimonio de que caíste, te levantaste y eres una vencedora en el nombre del Señor, tu creador, salva­dor y redentor.

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