Educación en la femineidad
“Luego, Dios el Señor dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Le voy a hacer alguien que sea una ayuda adecuada para él’. […] De esa costilla [que Dios tomó del hombre] el Señor hizo una mujer, y se la presentó al hombre” (Gen. 2:18, 22).
La femineidad está implícita en la naturaleza de la mujer. Es el conjunto de cualidades y atributos que nos hace diferentes a los varones. Nos provee identidad y nos permite aceptar la masculinidad sin entrar en guerra de sexos; más bien, nos conduce a la complementariedad.
Es innegable que Dios nos hizo femeninas y, por lo tanto, adecuadas para realizar cierta clase de tareas y significar la realidad de manera diferente a los varones. Sin embargo, hay muchas mujeres que buscan “deshacerse” de lo femenino que ven en ellas mismas, asumiendo así actitudes varoniles, en una manera equivocada de buscar la igualdad entre el hombre y la mujer.
Las madres tenemos el deber delante de Dios de proveer a las niñas una educación para la femineidad, de manera que ellas puedan reconocerse como especiales y en una posición de igualdad, pero nunca en “uniformidad”, con respecto a los varones. Ser mujer es un desafío que vale la pena asumir, especialmente cuando lo femenino y lo masculino se pierden cada vez más en esta cultura de lo “unisex”.
Los aspectos emocional, espiritual e intelectual de la mujer están bien definidos e implícitos en su naturaleza; no es una cuestión de “preferencia”. No nos equivoquemos: quien nace mujer es femenina, aunque intente ser lo contrario. Esta es una lección básica que nuestras niñas deben aprender por precepto y ejemplo de parte de sus madres. ¿Se lo enseñarás tú a tu hija?
Hoy es el día de comenzar. Si no lo has hecho aún, modela hoy frente a tu hija la imagen de una mujer orgullosa de serlo. No te quejes de tu posición frente a los varones, ni desprecies las valiosísimas cualidades que el Señor ha puesto en ti y que tú has venido desarrollando en tu vida. Al contrario, sigue cultivándolas; púlelas, úsalas y ponlas en acción. Sé hacedora de tu propia vida y no solo espectadora de lo que sucede delante de ti. Asume con responsabilidad tu posición de mujer en tu familia, en tu iglesia, en tu trabajo; y sé un referente para tantas jovencitas que se sienten perdidas en esta sociedad que desprecia el diseño de Dios para el hombre y la mujer.