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«La gente nunca puede predecir cuándo vendrán tiempos difíciles
Como los peces en la red o los pájaros en la trampa, la gente queda atrapada por tragedias repentinas» (Eclesiastés 9:12).
Sería ideal que en nuestro paso por la vida no tuviéramos que enfrentarnos a las dificultades, que el llanto a causa del dolor no se hiciera presente nunca y que las adversidades jamás se presentaran repentinamente. Pero ¿realmente sería ideal? Ciertamente, no. En el plan original de Dios no estaba el sufrimiento, pero, con la entrada del pecado, sobrevino también la consecuencia. Hoy nos encontramos, de un segundo a otro, devastadas e inundadas por el llanto, simplemente atrapadas como un ave o un pez en la red del dolor.
Las redes que el enemigo de Dios lanza contra nosotras, están tejida de diversos hilos hechos de odio, venganza, sangre y sufrimiento. Ahí se sentía atrapada Paty (no es su verdadero nombre), una madre que con lágrimas se culpaba por la triste situación en la que se encontraba su familia. No entendía cómo de ser una familia feliz y activa en el servicio del Señor, ahora pasaban momentos amargos y sentían cómo eran
sacudidos dentro de la red del cazador.
¿Por qué digo que no es lo ideal que como hijas de Dios no pasemos por dificultades? Porque solo de esa manera Dios puede mostrarnos su poder al librarnos del lazo del enemigo. Es en medio de la tormentosa prueba que el ser humano puede sentir la mano protectora del Todopoderoso rescatándonos de las garras del mal. Es aquí cuando las rodillas se humillan y se doblan sumisas en tierra para clamar, con corazón sincero, por liberación. Si no tuviéramos que pasar por la prueba en este mundo de pecado, no tendríamos la oportunidad de ver magnificado el poder de Dios en nosotras.
¿Te sientes hoy mismo atrapada, indefensa e incapaz de escapar? Quédate quieta. La buena noticia es que
la red del enemigo no es para siempre, su poder no dura lo suficiente para acabarnos porque el poder de Dios siempre llega a tiempo para liberarnos. Y, al salir de la prueba, nos daremos cuenta que no somos las mismas, que somos más fuertes, más seguras, más plenas y llenas del poder de Dios que obra a través de su Espíritu Santo.