¿A quién temer?
Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a este temed. Lucas 12:5.
El temor de Dios pone fin a todos los miedos que, por causa de nuestra naturaleza caída, experimentamos aquí en la tierra. Por eso Jesús insistía en decirle a la gente que temieran solamente a quien tiene poder sobre la vida y la muerte.
Ser un fiel testigo de Cristo puede motivar la ira de los hombres. Esto ha sido así a lo largo de toda la historia. Piensa por ejemplo en José, que por su fidelidad al Señor pasó penurias inimaginables y acusaciones infundadas. Piensa en Daniel y sus amigos, a quienes Dios debió rescatar de las mismas fauces del león o de las llamas ardientes del fuego. Piensa en Mardoqueo, y en el elevado precio que pagó Juan el Bautista por anunciar el reino de Dios: su propia muerte a manos de las autoridades.
Recordemos a los grandes héroes de la Reforma, como Wiclef, Hus, Jerónimo o Lutero. ¿Y qué me dices de los valdenses? La oposición que todos ellos despertaron por causa de su fidelidad a Dios y a la verdad fue tal que sin duda habrán pasado noches sin dormir y largas jornadas de oración y ayuno. Pero el temor profundo que sentían hacia Dios, la reverencia hacia el Señor, les dio una valentía indescriptible ante la persecución y la muerte.
Ese mismo Dios y esa misma valentía están dispuestos para ti, que temes al Señor con todo tu corazón y lo reverencias con toda tu alma. Elige temer a Dios, porque el daño de los enemigos, por más cruel que pueda parecernos, siempre será un daño pasajero. No permitas que el miedo detenga tu labor a favor de la causa de Cristo.
Aún falta mucha obra por realizar. La obra es grande y los obreros pocos y con miedo. “Cualesquiera sean los inconvenientes y las durezas con que se encuentren, confíen en el Señor. No tenemos razón para afligirnos y temer, si hacemos nuestra resolución en favor de la verdad, de que nosotros y nuestras familias sufriremos. Hacerlo es manifestar falta de fe en Dios. […] El tiempo en que podemos trabajar es limitado y Dios pide que los ministros y el pueblo cumplan su deber sin tardanza. Maestros sabios como serpientes e inofensivos como palomas deben acudir para ayudar al Señor, para ayudar al Señor contra los poderosos” (Ev, pp. 240, 238).
¡Padre celestial, danos valor para servirte y hablar de ti sin miedo!