El amor que hace madurar: el cuidado emocional
“Dale buena educación al niño de hoy, y el viejo de mañana jamás la abandonará” (Prov. 22:6).
Ayer hablamos acerca de la vinculación de los padres con los hijos; hoy redundaré un poco más en esta relación tan trascendente. Las relaciones amorosas entre padres e hijos son fundamentales para el desarrollo de una personalidad madura; sin embargo, son pocos los padres a quienes les resulta fácil construirlas. El desapego entre padres e hijos es algo cotidiano, propio de esta sociedad, y desgraciadamente una tendencia en aumento. Con “relaciones amorosas”, no me refiero solamente a caricias físicas y psicológicas, sino también a la atmósfera que debe rodear a nuestros hijos. Relacionarse amorosamente con un niño también significa brindarle cuidado, atención y aprecio.
Los límites sostenidos en una actitud amorosa pero firme son la mejor salvaguarda contra los peligros. A medida que los hijos crecen, los límites pueden ensancharse hasta que ellos alcancen autonomía y madurez. Por otro lado, las reglas del hogar deben ser establecidas tomando en cuenta la naturaleza infantil, la edad del hijo y su temperamento. Estas deben ser pocas, claras y expresadas de tal manera que no haya incertidumbre acerca de lo que de ellos se espera. Despejemos el camino de la vida de nuestros niños, siendo coherentes y asertivas en la instrucción que les damos. Busquemos un tiempo cada la mañana para presentar ante el trono de la gracia a cada hijo; así, al anochecer, cuando vayan a dormir, tendrán la seguridad de que sus padres y Dios velan por ellos.
“Los que están unidos por vínculos sanguíneos se exigen mucho mutuamente. Los miembros de la familia debieran manifestar bondad y el amor más tierno. Las palabras habladas y los hechos realizados debieran estar en armonía con los principios cristianos. En esta forma, el hogar puede ser una escuela donde se preparen obreros para Cristo. […]
“Las enseñanzas de la Biblia influyen en forma vital sobre la prosperidad del hombre en todas las relaciones de esta vida. Desarrolla los principios que son la base de la prosperidad de una nación; principios vinculados con el bienestar de la sociedad y que son la salvaguardia de la familia” (Conducción del niño, pp. 458, 481).