Matutina para Mujeres | Miércoles 26 de Marzo de 2025 | Encadenado a Cristo

Matutina para Mujeres | Miércoles 26 de Marzo de 2025 | Encadenado a Cristo

Encadenado a Cristo

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18-19, DHH).

Benito de Nursia fue enviado a Roma, en compañía de su nodriza, para su formación profesional, cuando solo tenía 12 años. No tardó en descubrir la depravación que se vivía en la ciudad y, a la edad de veinte años, decidió internarse en una cueva solitaria, entre altas montañas, al sur de Roma. Durante tres años estuvo en la cueva vistiendo una tosca y áspera túnica que usaban los ermitaños para mortificar la carne. Uno de sus amigos bajaba, a través de una cuerda, un cesto con pan del cual se alimentaba. Benito estaba seguro de que así agradaba a Dios. Pero la gracia libertadora de Dios lo alcanzó y sus pensamientos fueron distintos. Varios años después, un penitente se había encadenado a una cueva con el propósito de alcanzar la misericordia de Dios, por lo que Benito le envió un mensaje que decía: “El verdadero servidor de Dios no está encadenado a la roca con cadenas, sino a la virtud por Cristo”. Benito había comprendido que ninguna piedad individual extravagante era mejor que una vida de servicio y entrega hacia el prójimo.

En la antigüedad, se acostumbraba encadenar a los presos de la mano derecha, con la mano izquierda de un soldado. Algunos presos podían vivir de esta manera fuera de la cárcel. Es posible que Pablo se refiera a este tipo de cadenas en el verso de hoy, o bien, que haya usado esta figura para hacer referencia a su incondicional forma de trabajar para Cristo. Cualquiera que haya sido el caso, tanto Pablo como Benito, habían comprendido que no hay mayor gozo que vivir encadenado a Cristo. Con frecuencia, las personas construyen sus propias cadenas y se quedan estancados en la penumbra.

La buena noticia es que no tenemos por qué vivir encadenadas al pasado por doloroso o errático que haya sido, ni al legalismo que frena nuestro crecimiento, ni siquiera debemos estar encadenadas a nuestro carácter si este está estorbando para que podamos hablar con autoridad del amor de Dios. Libérate de lo que estorba y encadénate a Cristo. Tu victoria es segura.

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