Matutina para Mujeres | Sábado 09 de Septiembre de 2023 | Un miedo, dos significados

Un miedo, dos significados

No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno. Mateo 10:28, DHH.

El texto de hoy, Mateo 10:28, habla de dos temores diferentes. La palabra traducida aquí como “miedo” es el griego phobeō, de donde deriva la palabra “fobia”. Phobeō define tanto el miedo a alguien o algo que nos hace temblar y huir, como el temor reverente que nos lleva a venerar y obedecer. Phobeō aparece entre 93 y 110 veces en el Nuevo Testamento, dependiendo de la versión. En hebreo existen dos palabras diferentes para el temor común y el temor a Dios; en griego existe una sola palabra para ambos. ¿Entenderían los oyentes originales la diferencia de ambos significados? ¿Comprenderían que cuando phobeō se usa para quien no es divino, produce alarma y deseos de huir, en cambio, cuando sientes phobeō por Dios, te lleva a adorar y obedecer? Dios es el único que merece ambos phobeō: temor que hace temblar y temor que hace reverenciar.

Solo Dios puede destruir el cuerpo y el alma. La palabra usada para alma, psuje’, aparece 102 veces en el Nuevo Testamento y puede ser traducida como aliento, vida, alma, corazón. Nunca se usa para una entidad consciente que sobrevive la muerte, ni se insinúa que sea inmortal o capaz de subsistir aparte del cuerpo (ver 5CBA, p. 368). “Infierno”, en el original griego geenna, es el lugar de castigo futuro. Era originalmente el nombre del valle de Hinom, al sur de Jerusalén, donde los animales muertos eran arrojados y quemados, un símbolo adecuado de la futura destrucción de los malvados. La eternidad del infierno está en el efecto, no en el proceso.

Los seguidores de Jesús tenemos dos opciones: comprometernos con Dios o no comprometernos con él:

Los que son fieles a Dios no necesitan temer el poder de los hombres ni la enemistad de Satanás. En Cristo está segura su vida eterna. Lo único que han de temer es renunciar a la verdad, y así traicionar el cometido con que Dios los honró. Es obra de Satanás llenar los corazones humanos de duda. Los induce a mirar a Dios como un Juez severo. Los tienta a pecar, y luego a considerarse demasiado viles para acercarse a su Padre celestial o para provocar su compasión.

El Señor comprende todo eso. […] No se exhala un suspiro, no se siente un dolor, ni ningún agravio atormenta el alma, sin que también se estremezca de palpitaciones el corazón del Padre (DTG, p. 323).

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