«En su paso por Galilea, Jesús llegó a Caná, donde había convertido el agua en vino. Cerca de allí, en
Capernaúm, había un funcionario de gobierno que tenía un hijo muy enfermo» (Juan 4:46).
Todos tenemos familiares, amigos, vecinos, compañeros de escuela o trabajo que profesan una fe distinta a la nuestra y, por consiguiente, tienen maneras diferentes de divertirse. ¿Habríamos de rechazar sus invitaciones
a reuniones familiares y privarnos de su compañía? Los judíos que ostentaban cargos importantes en las sinagogas, vivían alejados de los gentiles y aun de su propio pueblo con el fin de no contaminarse con lo «inmundo» y mantener puros sus ritos y tradiciones. Nunca trataban de beneficiar al prójimo ni de hacer amigos. Claramente, no era el estilo de relaciones que Jesús hizo en su paso por nuestro planeta, pues vino a buscar a los perdidos y los perdidos eran, precisamente, los pecadores. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. ¿Para quién sería útil el evangelio si solo nos relacionáramos con personas que hemos clasificado en nuestro mismo nivel de religiosidad?
Al regresar Jesús a Caná de Galilea, muchas personas se acercaron a él pues reconocieron al amigo que habían conocido en la fiesta hacía unos meses atrás. Jesús había sido invitado a esa boda, precisamente porque José y María eran parientes de los novios. Un oficial del rey, que estaba viviendo en ese momento en Caná, tenía en Capernaúm a su hijo muy enfermo, a punto de morir. Por la manera de conducirse de Jesús, este oficial creyó en él y el milagro de la vida fue concedido a su hijo.
No es que estemos otorgando una concesión para asistir a fiestas donde intencionalmente la presencia de Jesús no es requerida. Sería ilógico y tramposo pensar que puedo ir a una discoteca o a un bar porque quiero mostrar el amor de Dios a mis amigos. Se trata de ser más como Jesús en los ambientes familiares y menos como los dirigentes religiosos de la época. Haz que tu presencia se note de manera que los que no conocen a Jesús quieran saber de él. Haz de tu presencia la gran oportunidad para ser digna embajadora de la patria celestial. Recuerda que eres el sabor del evangelio, la conservadora del evangelio como mencionamos ayer y, para que cumplas tu objetivo, no puedes estar sola dentro de tu tarrito de sal.