Identidad, esperanza y orientación – III
“Sigan el camino que el Señor su Dios les ha señalado” (Deut. 5:33).
El sentido de orientación es una de las maravillas que Dios nos dio al crearnos. Es incluso una habilidad que poseen las plantas, que se orientan en dirección al sol para recibir sus rayos y así crecer y desarrollarse. Del mismo modo, los animales son capaces de retornar a sus lugares habituales, aun estando muy lejos de ellos, gracias a su sentido de la orientación. ¡Qué maravillosa es la creación de Dios!
Los seres humanos poseemos una orientación espacial increíblemente perfecta, a menos que alguno de nuestros sentidos se deteriore. Pero hoy quiero hablar contigo acerca del sentido de orientación moral, ética y espiritual; es ese tipo de orientación la que da vida a lo que hacemos y somos. Tiene que ver con valores, hábitos y creencias que orientan nuestro quehacer cotidiano.
Son muchos los hombres y las mujeres que van por la vida sin encontrar sentido a su existencia; el hastío, la apatía y la pereza son las constantes que determinan su día a día. Algunos aseguran que la humanidad está perdida en su propia deshumanización. ¡Qué triste condición!
Demos gracias a Jesús, pues dejó huellas con sus pies sangrantes rumbo al Calvario, para que las sigamos. En su Palabra, leemos: “Andad en todo el camino que Jehová, vuestro Dios, os ha mandado, para que viváis, os vaya bien y prolonguéis vuestros días en la tierra que habéis de poseer” (Deut. 5:33, RVR 95).
La tarea cotidiana de la mujer de Dios es encontrar en Cristo orientación para hallar la senda en medio del camino abrupto, tenebroso e incierto; de este modo, estaremos listas para caminar seguras e ir dejando huellas claras, definidas y constantes para las mujeres que vienen detrás. Que nuestro hablar sea “sí, sí”, o “no, no” (Mat. 5:37); que nuestro actuar siempre esté determinado por un “así dice Jehová”. Las ordenanzas de Dios no son movidas por vientos de doctrinas, dichos y modas que a veces parecen tentadoras, pero que son contrarias y opuestas al camino que nos conduce a la patria celestial.
Caminemos junto a Jesús y, cuando nos sintamos lejos, corramos de nuevo a asirnos de su mano.