Mirar sin ver
“Los ojos no sirven de nada si la mente no quiere ver”. Anónimo
Justo antes de que Julie Landsman saliera a aquel escenario, alguien bajó el telón; y fue aquel telón bajado lo que hizo a Julie visible. Ella intuía que así sería, y la estrategia le salió perfecta. Tomó asiento y comenzó la audición a ciegas para el puesto de trompa principal de la Ópera Metropolitana de Nueva York donde, por cierto, no había ninguna mujer en la sección de los metales. Todo el mundo “sabía” que las mujeres no tocaban la trompa tan bien como los hombres.
En la última pieza “prolongué un buen rato el último “do alto” [una nota muy aguda] para que no les quedara ninguna duda de que yo era la persona que estaban buscando para que tocara la trompa en la orquesta”, dice Julie. Y así fue, los jueces no dudaron… hasta que vieron aparecer a Julie por detrás del telón. Entonces, un murmullo llenó la sala. No solo era una mujer (desmitificando así la creencia de que solo los hombres podían sacar aquel sonido de una trompa), sino que además la conocían. Julie había tocado con anterioridad en aquella orquesta, pero como suplente, y nunca nadie se había dado cuenta de que era tan buena.87 La habían encasillado como suplente y eso, junto con la creencia aprendida de que una mujer no podía tocar la trompa tan bien como un hombre, les había impedido ver que tenían ante ellos a una trompa principal.
El hecho de que los jurados de aquella audición a ciegas no hubieran podido ver a Julie como lo que era no cambia lo que ella era en realidad. Julie era una excelente instrumentista, en nada inferior a ningún hombre. Pero hasta que se creó un entorno propicio a la objetividad, no lo supieron apreciar. Qué ironía. Cabría pensar que ponerse una venda en los ojos (o un telón sobre el escenario) no favorece la objetividad y el discernimiento; sin embargo, a veces es precisamente lo que necesitamos porque, mirando las cosas, no sabemos verlas. ¿Por qué? Porque detrás de dos ojos que miran hay un cerebro cargado de arbitrariedad y prejuicios que, lamentablemente, deseamos confirmar para mantener una forma cómoda de percibir el mundo y a los demás. Es la ley del mínimo esfuerzo.
Para apreciar a alguien por quien es en realidad, con frecuencia hay que dejar atrás una serie de inseguridades, miedos, preconceptos y falsas creencias. Hay que tomar la decisión de salir a la calle con una mirada limpia, con una intuición renovada, con unos ojos que sean capaces de mirar y ver.
“Ahora entiendo que de veras Dios no hace diferencia entre una persona y otra, sino que en cualquier nación acepta a los que lo reverencian y hacen lo bueno” (Hech. 10:34, 35).
87 Malcolm Gladwell, Blink (Miami: Taurus, 2005), p. 262.
que hermoso pasaje mil bendiciones para todos