Miércoles 08 de Febrero de 2023 | Matutina para Adultos | “Nunca más saldremos del templo de nuestro Dios”

Miércoles 08 de Febrero de 2023 | Matutina para Adultos | “Nunca más saldremos del templo de nuestro Dios”

“Nunca más saldremos del templo de nuestro Dios”

“Al vencedor lo haré columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá de allí” (Apocalipsis 3:12).

Ningún edificio ha suscitado en mí una sensación de pequeñez tan grande como la que sentí al adentrarme en la imponente Basílica de San Pedro, en Roma. La basílica no solo es impresionante por su tamaño, ya que puede acoger a ciento cincuenta mil personas en su interior, sino por los inmensos lujos que adornan cada centímetro de la edificación. Es un museo gigantesco, un colosal depósito de obras maestras del arte cristiano y universal. Y no es para menos, pues en la construcción de la basílica trabajaron los arquitectos y artistas más importantes del Renacimiento italiano, como Rafael, Miguel Ángel, Bernini, Bramante, Sangallo o Maderno. Entré en ella y no tuve deseos de salir.

Sin embargo, el edificio, que pretendía perpetuar el esplendor y la autoridad del papado, suscitó una reacción contraria a la que esperaban los papas que trabajaron en él. Y es que las bulas papales para que los fieles se despojaran de sus bienes y los entregaran a la iglesia para acelerar los avances de la obra acabaron siendo una de las razones que llevaron a Lutero a redactar sus 95 tesis. En la tesis 51, el reformador habla de cómo “los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero” de la gente, y le pide al papa “vender la Basílica de San Pedro, si fuera menester”. En la tesis 82, Lutero se refirió al “muy miserable dinero para la construcción de la basílica”. Sí, me impresionó la basílica, pero en ella solo se puede encontrar belleza y esplendor humanos, obras sin vida que algún día dejarán de existir.

Por otro lado, Isaías nos cuenta su experiencia cuando entró en el más imponente templo del universo, uno que no fue fabricado por manos humanas, y allí vio “al Señor sentado sobre un trono alto y sublime”, con serafines que decían “Santo, Santo, Santo”. Y al experimentar la santidad de ese lugar, sintió su pequeñez y clamó: “¡Ay de mí que soy muerto!, porque siendo un hombre inmundo de labios […] han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (ver Isa. 6:1-5).

Como enseñó Lutero, en la Basílica de San Pedro no había perdón de pecados; pero en el templo celestial, el profeta Isaías recibió limpieza y perdón. Y Cristo promete que cuando entremos en ese templo, “nunca más [saldremos] de allí” (Apoc. 3:12).

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