El fenómeno del Dust Bowl [Cuenco de polvo]
“¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?” (Romanos 8:35, NVI).
Nuestro planeta se ve constantemente azotado por tormentas: de lluvia, de nieve, eléctricas, de granizo, de rayos, de arena… ¿Tormentas de arena? A menos que vivas en un lugar con mucha arena, probablemente nunca hayas visto una. Estas pueden ser muy malas, especialmente si no sabes qué hacer.
Antes, las Grandes Llanuras (una zona que se ubica en el centro de Estados Unidos y el oeste de Canadá) estaban cubiertas por praderas que mantenían la humedad en la tierra y evitaban que el suelo se desprendiera, incluso durante los períodos de sequía. Sin embargo, a principios del siglo XX, los granjeros habían arado gran parte de las praderas con el recién inventado tractor. Sembraron tanto trigo en la década de 1920 que su producción aumentó en un 300 %.
Durante este período, una grave sequía se extendió por la región. A medida que los cultivos morían, los vientos comenzaron a arrastrar el polvo de las tierras excesivamente aradas y pastoreadas. Y la situación empeoró. El número de tormentas de arena pasó de 14 en 1932 a 28 en 1933. Las tormentas aumentaron en fuerza, ocasionando una de las peores destrucciones que las tierras de cultivo hayan visto jamás. El 11 de mayo de 1934, una enorme tormenta de arena envió millones de toneladas de tierra a través de las resecas Llanuras. Durante dos días, los fuertes vientos arrastraron unos 350 millones de toneladas de cieno desde el norte de las Grandes Llanuras hasta la costa oriental, incluso hasta Nueva York, Boston y Atlanta. Desgraciadamente, el torbellino obligó a miles de familias a abandonar sus hogares en Texas, Arkansas, Oklahoma y Kansas, lo que los llevó a emigrar al oeste. El desánimo generado por la tormenta reflejaba la época. La nación agonizaba en la peor depresión económica, y los estadounidenses estaban cansados, temerosos y hambrientos.
Pero había algo en el espíritu norteamericano que no se rendía. Las tormentas y el hambre no podían disminuir el orgullo que sentían de vivir en ese gran país. Y cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, el peligro o la espada tampoco pudieron hacer tambalear la fe en sus sueños. Vivían en un país libre, bendecido por Dios, y superarían los tiempos difíciles de las tormentas de arena, la depresión y el peligro. Y así fue, porque Dios nunca se alejó.