Goma mágica
“…esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a Dios” (2 Pedro 1:5, 6, NVI).
Goma mágica. Así deberían haberla llamado. El caucho hacía todo lo que se suponía que debía hacer, bajo todo tipo de condiciones climáticas y durante largos períodos de tiempo. En este día de 1844, Charles Goodyear, de Nueva York, patentó lo que luego se convertiría en la sustancia mágica del siglo. Por casualidad, había encontrado la respuesta a un problema que muchos, desesperadamente, habían estado buscado solucionar.
El caucho se conocía desde hacía tiempo, pero nadie conseguía que fuera estable y, por lo tanto, útil. Quien lograra conquistar la sustancia y hacerla utilizable en la vida cotidiana podría ganar mucho dinero. El látex, la savia líquida blanca de los árboles de caucho, tenía todo el potencial para convertirse en el producto maravilloso del futuro. Pero, no importaba la combinación de productos químicos con la que se lo combinara, nada parecía funcionar, más allá de cuántas veces se intentase la fórmula de “ensayo y error”. La savia tratada y calentada se volvía pegajosa y acababa desintegrándose.
Y entonces, un extraño accidente saltó a las páginas de la historia. Pareciera que una vez en un siglo, un extraño desliz del destino elige a un inventor y le entrega el descubrimiento soñado de su vida. Charles Goodyear llevaba años invirtiendo en el proyecto del caucho.
Había gastado todo su dinero, incluso sacrificando el bienestar de su familia, para resolver el dilema y alcanzar el premio. Un día, trabajaba con el último compuesto de látex y lo tenía sujeto en un utensilio que utilizaba para extenderlo sobre un trozo de tela. Un poco del látex se desprendió y cayó sobre la parte superior de la estufa caliente. Cuando Charles lo recogió, se sentía diferente. A la vez era firme y elástico al tacto como una esponja. ¡Y listo! Dio con un descubrimiento que había eludido a inventores y químicos durante años. Desgraciadamente, Charles Goodyear nunca llegó a obtener la riqueza que le correspondía por su éxito. Empresarios y fabricantes codiciosos utilizaron sus ideas sin pagarle nunca lo que valía su éxito.
Incluso cuando las cosas no salgan como deseas, anímate y sigue dando lo mejor de ti. Dios te recompensará y te bendecirá porque perseveraste para alcanzar tu meta. Si eliges servir a Dios, sabes que enfrentarás dificultades y sufrirás decepciones. Satanás se encargará de ello. Pero, si tomas a Dios como tu socio, no puedes equivocarte. Dios nunca ha fracasado en una empresa.