La erupción del Monte Santa Helena
“El cielo fue enrollado como un pergamino, y todas las montañas y las islas fueron movidas de su lugar” (Apocalipsis 6:14, NTV).
Pocas cosas en la tierra tienen tanto poder destructivo como la erupción de un volcán. Los volcanes son montañas con conductos, o respiraderos, que filtran el magma hacia la superficie de la tierra. A veces, los volcanes rezuman o expulsan cantidades pequeñas de magma que producen lava. Los vemos en las islas hawaianas y otras del Pacífico occidental, o en la Cordillera de los Andes. Otras veces, un volcán permanece inactivo durante mucho tiempo y, finalmente, acumula suficiente presión para producir una explosión tremendamente poderosa.
Esto es exactamente lo que le ocurrió al Monte Santa Helena, en el estado de Washington, a las 8:32 de la mañana del 18 de mayo de 1980. Tras más de diez décadas de inactividad, el pico volcánico sufrió una enorme erupción que arrasó unos 543 kilómetros cuadrados de naturaleza y mató a 57 personas. Desde la década de 1850, no se había producido ninguna actividad real en la montaña pero, cuando entró en erupción después de 125 años de inactividad, disparó 500 millones de toneladas de ceniza a 25 kilómetros en el aire, y suficientes escombros como para cubrir un área del tamaño de un campo de fútbol con 240 kilómetros de altura. La temperatura de la explosión superó los 425 ºC.
La explosión provocó el mayor deslizamiento de tierra de la historia, que descendió por la montaña y sepultó el valle del río Toutle a lo largo de 21 kilómetros. Se destruyeron carreteras, puentes y parques, y se calcula que murieron 10 millones de árboles. La ceniza de la erupción se extendió a lo largo y a lo ancho, cayendo sobre las ciudades y los pueblos del noroeste como si fuera nieve, y oscureciendo el cielo al este del volcán por más de 200 kilómetros de distancia. Se dice que esta erupción es el evento volcánico económicamente más destructivo en la historia de los Estados Unidos, ya que causó daños por valor de 300 mil millones de dólares.
El libro del Apocalipsis nos dice que nuestra tierra está envejeciendo, y una de las señales escritas en su último capítulo incluye catástrofes naturales enormemente destructivas. En visión, Juan el Revelador vio montañas que se movían. Pues bien, eso es exactamente lo que ocurrió con el Monte Santa Helena, y el enorme cráter que ha quedado en la ladera de la montaña es un testimonio vivo de que ya es hora de que venga Jesús.