Él se deleita en misericordia
«¿Qué Dios hay como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en la misericordia». (Miqueas 7:18).
«¿Hay algún Dios como el nuestro?», pregunta el profeta Miqueas. ¿Algún Dios para quien perdonar no sea una obligación, un simple trámite judicial, o parte de una rutina?
La pregunta de Miqueas se encuentra en la conclusión del libro que lleva su nombre, y cuán importante debió haber sido para él responderla. Por un lado, porque le recordaba el significado de su propio nombre (Miqueas significa «¿Quién se asemeja a Dios?)»); por el otro, porque le recordaba al pueblo cuán ingrato habían sido al darle la espalda a un Dios compasivo «que se deleita en la misericordia».
¿Puede haber mejor noticia para el pecador que saber que su caso será revisado no por un juez implacable, sino por un Dios misericordioso? Esta preciosa lección la encontramos en un antiguo relato que cuenta H. M. S. Richards (“The Promises of God”, Review and Herald, 2004, p. 207). Es la historia de un buen hombre que, en medio de una severa crisis espiritual, había acudido al pastor Alexander Whyte (1836-1921) en busca de ayuda.
–¿Tiene usted alguna palabra de ánimo para un viejo pecador? –preguntó el hombre. El pedido sorprendió al Pr. Whyte, porque esta persona era muy activa en su iglesia, y había ayudado a mucha gente en necesidad. Entonces Whyte se le acercó y, poniendo la mano sobre su hombro, simplemente le dijo: «Dios se deleita en misericordia».
Al día siguiente, el Pr. Whyte encontró una carta sobre su escritorio. Decía: Querido amigo, nunca dudaré de Cristo otra vez. ¡Los pecados de mi juventud [oh] los pecados de mi juventud! Yo estaba al borde de la desesperación, pero esa palabra de Dios me consoló. Nunca más dudaré de él otra vez. […]. Si el enemigo restriega mis pecados en mi rostro, le diré: ‘Todo eso es verdad, y ni siquiera son la mitad de todo lo que he hecho, pero yo he confiado mi vida a Uno que se deleita en misericordia’»». *
¡Bendito sea Dios! Eso es lo que yo también digo: «¡Que soy un gran pecador, pero he encontrado en Cristo a un gran Salvador!». Comencemos este nuevo día, no recordando nuestros pecados -que son muchos-, sino las misericordias de Dios, ¡porque cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia!
«Debiéramos recordar siempre que todos somos mortales que cometemos errores, y que Cristo actúa con mucha misericordia hacia nuestras debilidades, y nos ama aunque erremos» (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 341).
Padre celestial, cuando pienso en lo mucho que te he fallado, y en lo mucho que me has perdonado, pregunto al igual que Miqueas: «¿Qué Dios como tú, que perdonas mis pecados y los sepultas en lo profundo del mar?»
Muy bueno