“Si alguno tiene sed…”
“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: ‘Si alguien tiene sed, venga a mí y beba’ ” (Juan 7:37).
¿Cuál era esa fiesta de la que habla el apóstol Juan en nuestro texto de hoy? Era la de los Tabernáculos. Durante siete días los adoradores agradecían a Dios por cuidar de su pueblo en su peregrinación por el desierto, y también por las abundantes cosechas.
Un momento especial de la celebración se producía cada día cuando, después del sacrificio matutino, se realizaba la ceremonia de la libación del agua. Un sacerdote sacaba agua de la Fuente de Siloé; luego atravesaba la Puerta del Agua, mientras sonaba la trompeta. Seguidamente, subía por las gradas hasta el altar, donde derramaba el agua. De esta manera, el pueblo recordaba la manera providencial en que Dios hizo brotar agua de la roca.
Es aquí donde entra en juego nuestro versículo para hoy porque, según El Deseado de todas las gentes, para el último día de la fiesta, cuando “el sacerdote había cumplido esa mañana la ceremonia que conmemoraba la acción de golpear la roca en el desierto”, de repente Jesús “alzó la voz, y en tono que repercutía por los atrios del Templo, dijo: ‘Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva’ ” (p. 417).
¿Por qué no hizo esa oferta el primer día, cuando los viajeros estaban sedientos después del largo viaje desde distintas regiones de Palestina? Porque para el último día de la fiesta, los participantes ya habían disfrutado de todo lo bueno que esta vida puede ofrecer –abundante comida y bebida, música, momentos de compañerismo con familiares y amigos–, sin embargo, sus corazones permanecían insatisfechos. “No había nada en toda esa ceremonia que aplacase la sed del alma por lo imperecedero” (ibíd.) El Señor lo sabía, y por eso se presentó como la fuente de agua que brota para vida eterna.
¡Qué interesante! El mensaje para nosotros es que no hay nada en este mundo –sean riquezas, placeres u honores–, que pueda aplacar nuestra sed de Dios. Bien lo dijo Agustín de Hipona, cuando escribió: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestros corazones estarán inquietos hasta que encuentren descanso en ti”. Ya han pasado siglos desde que se oyó su voz en el Templo, pero aún la invitación del Señor para ti y para mí continúa siendo la misma: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.
Bendito Jesús, dame del agua que solo tú puedes ofrecer, para que yo no tenga sed jamás.