Sábado 03 de Septiembre de 2022 | Matutina para Adolescentes | Volver al futuro

Volver al futuro

“Entonces Josué habló a Jehová […]: ‘Sol, detente en Gabaón, y tú, luna, en el Valle de Ajalón’ […] El sol se paró en medio del cielo y no se apresuró a ponerse casi un día entero” (Josué 10: 12, 13, RVR 95).

En 1752, Inglaterra adoptó un cambio de calendario que adelantó las fechas diez días. ¿Cómo funcionó eso? Bueno, ¡la gente se acostó el 3 de septiembre y se despertó el 14 de septiembre! Fue para ajustar los diez días que ya había ganado el calendario.

Verás, un año tiene en realidad 365 días y un cuarto (365,25). Cuando han pasado suficientes años, hay que añadir días enteros al calendario. Cada cuatro años, un día extra en febrero se encarga del problema, pero Inglaterra aún no había dado con esa solución.

Si se ganara un cuarto de día más cada año, y nunca se tuviera un año bisiesto, al cabo de cuarenta años, el calendario quedaría diez días atrasado respecto del tiempo real. Y de ahí el cambio en el calendario: un salto hacia adelante en el futuro y “perder” diez días (al menos según las fechas). ¿Te imaginas? La mayoría de nosotros no pensamos en lo que ese tipo de cambio supondría para nuestra vida cotidiana. Quizá no modifique mucho las cosas para los estudiantes que, ese año, perderían diez días de clases (y algunos podrían pensar que está bien); pero para los adultos (en incluso algunos adolescentes), sería desastroso porque perderían diez días de trabajo mientras que las compañías de tarjetas de crédito seguirían cobrando mensualmente y los bancos seguirían requi­rien­do el pago de los préstamos. Sería como un gran cambio de horario de verano, salvo que adelantaríamos nuestros calendarios, en lugar de nuestros relojes. Los calendarios de nuestras computadoras también tendrían que ser reajustados.

Hay una historia en la Biblia que habla de un “cambio de horario”. Sucedió en los días de Israel, cuando el pueblo acababa de entrar en la Tierra Prometida. Josué y el ejército hebreo estaban luchando en una batalla; y esta se extendió tanto que, cuando el día estaba llegando a su fin, aún no había terminado. “Entonces Josué habló a Jehová […]: ‘Sol, detente en Gabaón, y tú, luna, en el Valle de Ajalón’. Y el sol se detuvo, y la luna se paró, hasta que la gente se vengó de sus enemigos. […] El sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero” (Jos. 10:12, 13). ¿No es increíble? Josué le pidió a Dios que detuviera el sol en donde estaba, y Dios le concedió el favor. Las tribus de Israel siguieron luchando durante otras 24 horas, y ganaron la batalla.

¡Qué historia tan fantástica! Nunca hubo un día igual, y todo porque el Señor escuchó la oración de un hombre.

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