Durmiendo con el enemigo
“Pero yo digo: aun si te enojas con alguien, ¡quedarás sujeto a juicio! Si llamas a alguien idiota, corres peligro de que te lleven ante el tribunal; y si maldices a alguien, corres peligro de caer en los fuegos del infierno” (Mat. 5:22, NTV).
El cantautor estadounidense Andrew Peterson escribió una de mis canciones favoritas: “Be Kind to Yourself” (Trátate con amabilidad). En esta canción, dedicada a sus hijos, Peterson explica que muchas veces somos nuestros peores enemigos. Nuestro diálogo interno es crítico y cruel. Somos duras con nosotras mismas; usamos adjetivos como “idiota” o “inútil”, palabras que jamás le diríamos a una amiga. Al final de la canción, Peterson reflexiona: “Debes aprender a amar, aprender a amar a tus enemigos”, ¡aun si el enemigo eres tú!
¿Por qué nos cuesta tanto tratarnos con amabilidad? ¿Por qué sentimos que amarnos a nosotras mismas es opcional y hasta podría ser peligroso? El psicólogo suizo Carl Jung, en Recuerdos, sueños, pensamientos, reflexiona: “Que alimente a los hambrientos, que perdone un insulto, que ame a un enemigo en el nombre de Cristo: todas estas son, indudablemente, grandes virtudes. Lo que hago al más pequeño de mis hermanos lo hago a Cristo. Pero ¿qué sucedería si descubriese que el más pobre de todos los mendigos, el más insolente de todos los delincuentes habita dentro de mí, y que yo mismo necesito las limosnas de mi propia amabilidad; que yo mismo soy el enemigo que debe ser amado? ¿Entonces, qué? En general, la actitud del cristiano se invierte: le decimos al hermano dentro de nosotros ‘fatuo’, y nos condenamos y odiamos a nosotros mismos”.
Justamente, cuando más necesitamos autocompasión —después de haber cometido un error—, más tentadas nos sentimos a ser crueles con nosotras mismas. Es como si creyéramos que la compasión nos volverá perezosas; que si nos tratamos bien dejaremos de esforzarnos. Sin embargo, el apóstol Pablo dice que es la bondad de Dios (no la condenación) lo que nos guía al arrepentimiento y a abandonar nuestros pecados (Rom. 2:4). Imitemos a Cristo. Tratémonos con amor y compasión.
Señor, perdóname por tratarme a mí misma con crueldad y desprecio. Tú pagaste un enorme precio por mi vida. ¡Tengo un valor incalculable! Enséñame a verme como tú me ves y a tratarme con amabilidad y dulzura.
Amén, amabilidad y dulzura.