“El Señor lo sostiene”
“Si el hombre cae, no se queda en el suelo porque el Señor lo sostiene de la mano” (Salmo 37:24, RVC).
John N. Andrews (1829-1883) es considerado uno de los pioneros adventistas cuya vida fue una fascinante aventura de fe. Una prueba de ello es cómo enfrentó la enfermedad y la posterior muerte de su hija Mary.
En cierta ocasión, mientras estaba impartiendo una campaña de evangelización en Europa, Andrews recibió un telegrama que le informaba que su hija Mary estaba muy enferma. Por ello, decidió volver a Estados Unidos para llevarla al Sanatorio Adventista de Battle Creek, Michigan. A pesar de que la jovencita recibió las mejores atenciones médicas bajo la dirección del doctor John H. Kellogg, la enfermedad le arrebató la vida.
La muerte de su hija fue un terrible golpe para John N. Andrews. En una conversación con su amigo, el hermano Kinne, admitió que el fallecimiento de Maiy le entristeció mucho, y agregó: “Hermano Kinne, me parece estar tomado de Dios con una mano adormecida, que no siente nada”. En otras palabras, es como si Andrews hubiera dicho: “Estoy insensibilizado, el dolor ha adormecido mi vida, pero sigo creyendo que el Señor me sostiene”.
Las palabras de John N. Andrews evocan en mí las palabras del apóstol Pablo: “Estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:8,9). Estas cuatro antítesis ponen de manifiesto que, aunque somos frágiles vasos de barro, la excelencia del poder divino actúa poderosamente en nuestra vida y nos hace salir vencedores incluso en las circunstancias más adversas. Y es que la vida no es un episodio, es un proceso que va más allá de lo que estamos viviendo hoy. Aunque la llama del dolor haya puesto al límite nuestra fe, aunque Satanás haya llenado de nubes grises el paisaje de nuestra existencia, nunca podrá destruirnos, porque el Señor nos sostendrá de la mano y persistiremos como si estuviéramos “viendo al Invisible” (Heb. 11:27).
Quizá sintamos que estamos solos, que nadie nos sostiene. Si ese es nuestro caso, aferrémonos a la promesa divina: “Si el hombre cae, no se queda en el suelo porque el Señor lo sostiene de la mano” (Sal. 37:24, RVC). A lo mejor nuestra alma adormecida no lo sienta, pero el Dios que sostiene el universo también sigue sosteniendo nuestra vida.
Amén , grande y bondadoso es mi Dios.