¿Un reavivamiento o un tumulto?
“¡Esos que están trastornando el mundo entero, ya han llegado acá!” (Hechos 17:6, RVC).
Leer nuestro texto de hoy, de Hechos 17, es casi como leer un titular de prensa en pleno siglo XXI: “Provenientes de Filipos, los alborotadores llegan a Tesalónica”.
Los alborotadores son Pablo y Silas. Durante tres sábados habían asistido a la sinagoga y habían declarado, por medio de las Escrituras, “que era necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos”; y que Jesús era el Cristo (vers. 3). Uno no esperaría que la predicación de este mensaje fuera causa de problemas tan serios, pero el resultado fue una revuelta (vers. 6-9).
¿Por qué la predicación del evangelio causó un tumulto en Tesalónica? El relato de la Escritura nos dice que cuando Pablo predicó al Cristo crucificado y resucitado, algunos de los que escucharon “creyeron […] asimismo un gran número de griegos piadosos, y mujeres nobles no pocas” (vers. 4). En otras palabras, la predicación del nombre de Jesucristo alteró el estado de cosas en esa ciudad, y eso es algo que los enemigos de la Cruz no podían permitir.
Ahora la pregunta importante: ¿Podían las cosas haber sido diferentes? Es decir, ¿podían Pablo y Silas predicar que Jesús murió y resucitó sin que nada pasara? ¿Podían predicar que Jesús es el Cristo, y además el Rey, sin que nada sucediera? La respuesta es un rotundo no, por la sencilla razón de que cada vez que el nombre de Cristo es predicado con el poder del Espíritu Santo algo sucede. Como bien lo dice H. S. M. Richards, cuando predicamos a Jesucristo, “o habrá un reavivamiento o un tumulto” (Apacienta mis ovejas, pp. 170). Esta realidad, dice Richards, la ilustra un relato de los días de Charles Spurgeon. Se dice que en una ocasión, cuando uno de sus alumnos regresaba de predicar, le preguntó:
–¿Cómo te fue?
–¡Maravillosamente! –respondió el joven.
–¿Se produjo algún reavivamiento?
–No, pero tuvimos una reunión maravillosa.
–¿Se enojó alguien?
–Tampoco.
–En ese caso –le dijo Spurgeon–, fracasaste. Si no hubo un reavivamiento, ni nadie se enojó, entonces nada sucedió (ibíd., p. 171).
Ya se trate de Elías “el alborotador” (ver 1 Rey. 18:17), o de Pablo “el trastornador”, algo pasa cuando la Palabra de Dios llega a una ciudad o a la vida de una persona. El resultado es, o un reavivamiento, o un tumulto. Por cierto, ¿qué ha producido el evangelio de Cristo en tu vida?
Padre celestial, hoy oro para que el evangelio de Cristo produzca en mi vida, no una simple mejora, sino una total transformación.